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LOCOMOCIÓN HUMANA EN BIPEDESTACION ERECTA
Si bien la forma de deambulación característica del homo sapiens es la
marcha en bipedestación, la acuciante necesidad evolutiva de explorar y dominar el medio es tal
que impulsa al niño a ejecutar otras modalidades de traslación mientras la
maduración neuromotriz no permita aquella. Tales modalidades son:
arrastre: entre el cuarto y el séptimo mes el niño, cuando
permanece en decúbito prono
durante un período prolongado, intenta arrastrarse usando como primer elemen
to la tracción de sus brazos (con o sin el fin de alcanzar un objeto
próximo); y
gateo: ya hay intentos de gateo a partir del sexto mes, que luego se
perfeccionan hacia
el octavo. A1 respecto Cratty apunta que "los infantes que gatean bien siempre
mueven las extremidades contralaterales en la misma dirección y al mismo tiem
po. Empero, antes de alcanzar este patrón de gateo suave y eficaz, el
bebé
pasa por una etapa en la que sólo mueve un miembro por vez"
(Cratty, 1982).
El logro de la postura erecta, indispensable para la deambulación en
bipedestación, es resultado del progreso en el control motor, proceso que sigue
estrictamente una dirección céfalo-caudal. Este progreso tiene, a su vez, para el
niño, importantes consecuencias en cuanto a la posibilidad de control visual del medio, y
por lo tanto en cuanto a la noción precoz de la permanencia y estabilidad de éste.
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En primer término, se adquiere el dominio de la columna cervical: a los tres
meses el niño sostiene la cabeza sin que se bambolee, y lo logra por períodos
relativamente prolongados. Este avance le permite un mayor control visual del mundo más
allá del hombro de la madre cuando ésta lo sostiene en brazos. A los seis meses es posible
que el niño se mantenga sentado sin apoyo, demostrando que el control motor ha progresado a la
zona dorsal. Esto supone una novedosa modalidad en las condiciones de control visual del mundo, e
implica un primer cambio hacia el plano horizontal de visión, ya que antes la percepción
del bebé se limitaba, la mayor parte del tiempo, a las formas que aparecían en la cuna por
encima de él, y desaparecían tan inesperadamente como habían surgido de la "nada".
Por fin, a los nueve meses, el control alcanza a la zona lumbar y el bebé se para con apoyo. E1
perfeccionamiento de esta compleja coordinación le permitirá mantenerse erecto sin
sostenerse con las manos, a partir del último trimestre del primer año. Quedará
entonces en condiciones de iniciar su exploración del mundo que lo rodea
(convirtiéndose en un deambulador) al inicio del año siguiente. Entonces habrá
adquirido el plano de visión definitivo del homo sapiens. Entre el décimo y el
décimoquinto mes de vida extrauterina, el bebé comienza a moverse alrededor de los muebles
que le sirven de apoyo. Finalmente, la deambulación en bipedestación -sin apoyo- se
desarrollará a partir del primer trimestre del segundo año de vida.
En un principio, la marcha será una tarea consciente y voluntaria, un esfuerzo
por vencer serios obstáculos físicos. Los primeros pasos se dan con los pies separados en
busca de una mayor base de sustentación, con los brazos extendidos para mantener el equilibrio,
con la columna vertebral tensada y recta para compensar los constantes cambios del centro de gravedad.
Poco a poco, los pies se acercan a la línea media, la curvatura lumbar hará su
aparición, y los brazos en aducción se coordinarán con los miembros inferiores en
los típicos movimientos alternativos.
El desarrollo motor que venimos resumiendo requiere, para su logro, la maduración
del sistema neuromotriz, aunque ésta no es condición suficiente del proceso. La
locomoción humana no es meramente una conducta instintiva o troquelada desarrollada por el
sólo hecho de la maduración fisiológica. Su evolución requiere la
interacción con el medio humano, representado esencialmente por los padres. Ellos proporcionan el
marco de seguridad y los estímulos necesarios para el establecimiento de este logro
antropológico fundamental.
Fromm (1947) cree que "la existencia humana comienza cuando el grado de
fijación instintiva de la conducta es inferior a cierto límite; cuando la
adaptación a la naturaleza deja de tener carácter coercitivo; cuando la manera de obrar
ya no es fijada por mecanismos hereditarios" . Este es el caso de los logros motrices,
así como el de todas las conductas propiamente humanas, libres del carácter determinista y
prefijado de la conducta instintiva.
El hombre nace carenciado en cuanto al posible control instintivo de la conducta que al
animal le facilita una rápida y estereotipada adaptación a las situaciones vinculadas a su
supervivencia. Por lo tanto, el ser humano debe aprender a discernir por sí mismo la conducta
adaptativa adecuada para cada situación. La inserción del hombre en el mundo no es fija y
determinada, sino un proceso creativo que debe ser desarrollado por él. Fromm (1947) llega a
afirmar que "este mismo desamparo constituye la fuente de la que brota el desarrollo humano: la
debilidad biológica del hombre es la condición de la cultura humana" . Tal el
motivo por el que Maslow afirmaba, como hemos dicho anteriormente, que la adaptación
plástica a las circunstancias es un mecanismo al que el hombre recurre sólo ante la
imposibilidad de la relación creativa con la realidad. Pero aún en ese caso, la
adaptación a las circunstancias ambientales no se produce nunca a través de una conducta
instintivamente prefijada, sino que es proporcionada por el condicionamiento resultante del
carácter social, cuya génesis, descripta por Fromm, volveremos a encontrar en el
capítulo VI. Adelantemos sin embargo aquí que dicho carácter social es reflejo del
moldeamiento de la energía humana -pensamientos, deseos y acciones- por efecto de las
circunstancias sociales e históricas. Como tal, proporciona un ajuste relativamente fijo a
éstas, pero aún así se trata de un concepto más dinámico y
modificable que el de instinto.
El desarrollo de los logros antropológicos fundamentales encuentra su
precondición básica en la aludida debilidad de la adaptación instintiva al
ambiente. Por este mismo motivo el infante humano necesita un medio contenedor que le proporcione la
seguridad respecto de las necesidades básicas que él aún no puede solventar. Este
medio facilitador es el clima de seguridad (y por consiguiente de libertad respecto de las necesidades
más acuciantes) provisto por sus padres. Es que el hombre es hombre precisamente en tanto decide,
en cuanto puede hacer uso de su libertad dentro del marco de los inevitables condicionamientos. Y el
proceso de logro de la libertad humana, tanto ontogenética como filogenéticamente, es un
largo camino de desarrollo y aprendizaje que sólo se lleva a cabo dentro de ciertas condiciones
favorecedoras fundamentales. Una de ellas es la protección relativa (durante el período de
la niñez), frente a lo imperioso de las pulsiones que no pueden ser satisfechas, como en el
animal, mediante conductas prefijadas. Es por ello que el niño pasa un tiempo prolongado en una
extrema dependencia con respecto a sus progenitores. Esta dependencia es mucho mayor y más
prolongada que la observable en cualquier especie animal, y le permite al pequeño un largo
periodo de juego, que lo conduce finalmente a la posibilidad de enfrentarse al mundo como ser separado
del mismo y en relación creativa con él. Precisamente este es, según Fromm, el
dilema fundamental del hombre: que al saberse separado, y por lo tanto solo e indefenso, debe ser capaz
de reconstituir su unidad perdida con el mundo en otro plano existencial. Ya no unido al mundo en forma
indiferenciada como el animal (o hasta cierto punto como el bebé humano en etapa de simbiosis),
sino mediante el despliegue de sus capacidades creativas que lo vinculan a la realidad sin renunciar por
ello a su individualidad.
Esta problemática característica del nivel humano de organización
de la materia -lo que Fromm llama la separatidad-, se hace presente ontogenéticamente cuando, a
través del logro motriz representado por la locomoción, el niño se diferencia del
cuerpo de la madre, estableciendo un nuevo tipo de vínculo con ella, y alcanzando un desarrollo
funcional de los aspectos autónomos del Yo.
La deambulación autónoma constituye por lo tanto el punto culminante de la
conciencia de separación, que había comenzado con lo que Mahler (1975) llamó
"la ruptura del cascarón". Por esa razón este logro adquiere una importancia
evolutiva tal que ha llevado a la autora citada a decir, con respecto a la locomoción vertical
libre y a la inteligencia representativa -en el sentido de Piaget- que "constituyen los
parteros del nacimiento psicológico" .
Esa conciencia de separación es el campo específico del conflicto
ambivalente de este período, marcado por el deseo del reencuentro que subyace a toda
exploración ambulatoria, frente al temor de ser reabsorbido por la madre en una
nueva unidad simbiótica que destruiría su individualidad.
La dimensión del conflicto enfrentado por el niño se percibe con mayor
precisión en la perspectiva filogenética de Fromm (1941), quien, refiriéndose al
hombre primitivo y a sus descendientes, dice que "una vez que hayan sido cortados los
vínculos primarios que proporcionaban seguridad al individuo, una vez que éste, como
entidad completamente separada, debe enfrentar al mundo exterior, se le abren dos distintos caminos
para superar el insoportable estado de soledad e impotencia del que forzosamente debe salir. Siguiendo
uno de ellos, estará en condiciones de progresar hacia la libertad positiva; puede establecer
espontáneamente su conexión con el mundo en el amor y el trabajo, en la expresión
genuina de sus facultades emocionales sensitivas e intelectuales; de este modo volverá a unirse
con la humanidad, con la naturaleza y consigo mismo, sin despojarse de la integridad de su Yo
individual. E1 otro camino que se le ofrece es el de retroceder, abandonar su libertad y tratar de
superar la soledad eliminando la brecha que se ha abierto entre su personalidad individual y el
mundo" .
Algo más adelante podremos comprender mejor el papel jugado por la
adquisición de la marcha erecta, será cuando la consideremos en su entrecruzamiento con
otros logros, y en especial con el que sigue inmediatamente en nuestro estudio.
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