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intereses del adolescente
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* LA SOCIALIZACION *
* La independencia *
Durante la adolescencia se produce una serie de cambios profundos en el área de
la socialización, entre los cuales Hollingworth (1955) prioriza la novedosa necesidad de
"abandonar los hábitos de obediencia y dependencia" , y a la vez
"desarrollar los de adulto, de decidir y proveer por sí mismo" . Vale decir
que el proceso de socialización, en esta etapa consiste, esencialmente, en la reanudación
-en otro nivel de organización del ser- de la permanente búsqueda de independencia. Tal
vez sea ésta una de las razones por las cuales algunos autores han interpretado la adolescencia
como un segundo nacimiento, y otros como un destete psicológico, un proceso como el que
sucedió durante el primer año de vida con respecto a la mamá, pero ahora referido a
todo el grupo familiar. Así resulta comprensible que tal desarrollo se manifieste a través
de conductas discrepantes con los patrones familiares, tanto en cuanto a horarios, modos de vestir,
elección de amigos, etc., como en cuanto a valores.
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La independencia es una necesidad fundamental del homo
sapiens sapiens, pero se expresa de diferente modo según las culturas. En los pueblos
primitivos la familia jugaba un papel menor en la definición del momento de comienzo de
la vida adulta,
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pues la responsabilidad de la aceptación del candidato a acceder
a dicho status corría por cuenta de la sociedad tribal entera.
En cambio en nuestra cultura la emancipación ha correspondido,
durante muchísimo tiempo, al ámbito privado. Tal vez hoy la sociedad está dando
algunos pasos en el sentido de recuperar el protagonismo en el reconocimiento de la madurez: me refiero
a que más allá de algún interés político inconfesable, abonan en esta
dirección, el hecho de que se haya instalado en la comunidad el debate sobre el adelanto de la
edad para el cumplimiento del servicio militar -luego afortunadamente desaparecido-, o sobre los
proyectos de otorgar el derecho al voto a los menores de dieciocho años, y por supuesto, la
existencia de aquellos casos, aceptados por la justicia de otros países, de "divorcio" del hijo
con respecto a sus padres.
Pero antes de continuar avanzando por este camino no estará de
más reflexionar, aunque sea brevemente, sobre la naturaleza de la autonomía humana. La
cultura individualista, derivada del capitalismo, y que domina al mundo desde hace casi tres siglos,
llegó a una crisis al promediar el que acaba de finalizar. El resultado ha sido la extrema
idealización de una libertad supuestamente absoluta -que es como decir, utópica- y que nos
presenta al hombre como un buscador de ese destino independiente a través, exclusivamente, de la
satisfacción de los deseos propios. La realidad obligó a aceptar la existencia de
límites a tal ambición de libertad: ante todo los derechos de los demás se
constituyeron en una verdadera valla para las concepciones más crudamente hedonistas. Pero poco a
poco, hemos ido cayendo en la cuenta de que ni siquiera el predominio del deseo puede calificarse como
libertad.
Dado que en otro trabajo (Maffei, 1993) dediqué más
espacio a este tema, aquí me limitaré a resumir algunas de las consideraciones que
entonces desarrollara.
La libertad es una dimensión íntima, condicionada por la
naturaleza esencialmente social del hombre. La necesidad que tenemos de los demás, lejos de
constituir una limitación, resulta una valiosísima característica humana a la que
también podemos denominar solidaridad, y de la cual, por lo tanto, debemos sentirnos orgullosos.
De todas maneras, y aún haciendo abstracción de los valores morales, hay que tener en
cuenta que semejante necesidad resulta una de las condiciones de nuestra subsistencia como "especie"
viva.
Blos (1981), en su ineludible texto, dice que un "proceso
recíproco de ajuste establece entre el self y su entorno una pauta de interacción que
poco a poco va conformando la individualidad y la singularidad personal. En este hecho vemos la
intrínseca y precaria limitación de la autonomía individual a la que suele
denominarse condición humana". Por si alguien pudiera interpretar estas
últimas palabras como una muestra de oculto malestar por tal limitacion, seguiremos
transcribiendo otros párrafos de la obra citada, en los que se sostiene la existencia de una
socialización enriquecedora, verdadero sostén de la vida personalizada: "Al
afirmar que el entorno ejerce un influjo esencial, perpetuo, y en verdad, nutriente sobre el
individuo, no sólo me refiero al ambiente humano sino también al ambiente abstracto que
opera a través de las instituciones sociales, las simbolizaciones compartidas, los sistemas de
valores y las normas sociales ". Para confirmar esta línea argumental hay
todavía más en el texto que venimos citando: al referirse a lo que el autor considera que
no deberíamos olvidar cuando reflexionamos sobre el proceso de socialización, sostiene que
"la autonomía psíquica y la madurez emocional se logran merced al uso selectivo
que hacen el niño y el adolescente de sus particulares elementos ambientales y
constitucionales", puesto que "la estructura psíquica tiene su origen en la
interacción incesante entre el individuo y su entorno humano y no humano, y necesita ser
apuntalada por ella. Dicho de otro modo, es el reflejo de las influencias ambientales, luego de que
éstas han sido selectivamente interiorizadas, integradas y organizadas en un patrón
duradero que se suele designar con el nombre de personalidad. Como un proceso metabólico que
sostiene y extiende la vida, esa interacción depende de la reciprocidad de la función:
opera como un sistema de retroalimentación" (ibid).
* La intimidad del adolescente y los otros *
Pero debemos tener en cuenta que la necesidad social de la que venimos
hablando no es absoluta, sobre todo en el joven. Está matizada por otra necesidad, acertadamente
definida por Hollingworth (1955), para quien con la pubertad se vuelve consciente una "relativa
necesidad de soledad" . Por lo tanto no nos detendremos a objetar la interpretación
de quienes suponen que el deseo de tener una habitación personal es consecuencia de un presunto
instinto de posesión de propiedad privada. Nos bastará con entender la búsqueda de
intimidad como algo vinculado -ante todo- a la soledad, sobre todo cuando se comprueba que coincide con
actividades típica y esencialmente solitarias: diario íntimo, escritura de poesías,
etc. Por otra parte dichas conductas casi siempre se muestran asociadas ambivalentemente a la
socialización: no es extraño que el joven disponga todo para que tanto los poemas, como
las páginas más inquietantes del diario íntimo puedan ser descubiertos
"casualmente" por los demás, y en especial por los padres, quienes pasan así a jugar el
rol de espectadores elegidos.
En la encuesta del CEOP (1992), al interrogar sobre el uso del tiempo
libre se dieron bastantes respuestas referidas a actividades solitarias (escuchar música, radio,
TV, leer, videojuegos), que sugieren la imagen de un adolescente que busca aislarse. En la misma
línea se inscribe la costumbre pseudoautista de abusar de los auriculares aislantes para escuchar
música. Lo que no parece lícito es concluir de estos datos que el aislamiento constituye
la tendencia predominante en los adolescentes, en especial teniendo en cuenta que en la misma encuesta
aparecen otras preferencias juveniles por actividades casi necesariamente colectivas (bailar, ir a la
plaza con amigos, practicar deportes). Por lo tanto la conclusión más válida es que
ambos polos motivacionales tienen fuerzas aproximadamente equivalentes.
Las observaciones de Horrocks (1957) confirman la existencia de una
marcada tendencia a la socialización en tanto señalan como una de las
características del joven "la gran importancia que él atribuye a las actitudes y
opiniones ajenas, en particular las de sus iguales". Al adolescente le resulta
imprescindible ser aceptado por el grupo, y a tal fin es capaz de someterse a todos sus mandatos,
aún los menos racionales. Me parece que no podía ser de otra manera dado que la etapa no
es una interrupción del proceso evolutivo, sino un momento particular del mismo, y la necesidad
humana de socialización es una tendencia transpersonal, es decir, de máxima fuerza. Por lo
tanto es muy comprensible que en el momento en que deben ser abandonados los grupos que hasta entonces
contenían el proceso de
desarrollo -específicamente la familia-, aquella necesidad se
oriente, con toda su potencialidad, en otra dirección. Puede reafirmarse entonces que la
socialización no se debilita en esta etapa, sino sólo que en ella adquiere
características particulares. Tales características dependen de que en este momento al
joven se le hace necesario suplir su debilitado ideal del yo. Este lugar será ocupado por el
grupo de pares, el cual, a partir de ese momento, sirve de mediador de los nuevos modelos de
identificación, convirtiéndose en campo de desarrollo de la nueva identidad.
Convergiendo argumentalmente con lo que antecede podemos afirmar que
cuanto más amplio sea el medio social en el que actúa el adolescente -campo que
según vimos le sirve tanto para completar como para suplir parcialmente lo recibido en el medio
familiar- tanto más fácil le resultará convertirse en adulto al adquirir
"pautas propias estables, duraderas, acordes con su yo" (Blos, 1981).
Tiene razón este último autor cuando afirma que
"no importa en qué dirección avance la adolescencia, pronto podemos observar que
el nuevo entorno, más vasto y de hecho menos familiar, hereda funciones y significados que
antaño pertenecieron a la matriz familiar de la niñez, y que en la adolescencia son
sometidas a modificación por rechazo parcial o absoluto, transitorio o permanente"
(ibid).
La necesidad de ser aceptado por los demás -que en alguna medida
resulta la tendencia cuya consideración es uno de los hilos conductores de nuestra
descripción- también puede ser juzgada estudiando las diversas razones de la popularidad
de los jóvenes en sus propios grupos, y los medios de los cuales se valen para lograr dicha
popularidad. Desgraciadamente ese tipo de estudios fue mucho más frecuente hasta la década
del cincuenta, para luego ser barridos por la ineludible -pero por desgracia excluyente-
investigación de lo intrapsíquico. En este particular habrá que aclarar que
ciertamente las razones de la popularidad de un joven dependen del grupo particular al que pertenece y a
la clase social de la que proviene, sin embargo la habilidad para los deportes, la simpatía, la
belleza física, las aptitudes para determinadas actividades (manuales, intelectuales), la actitud
de servicio, son algunas de las muchas que podrían investigarse. El común denominador de
todas ellas radica en que serán apreciadas socialmente, en mayor medida, aquellas
características más representativas del grupo y,o más envidiadas en el mismo.
En distintas épocas se han confeccionado listas de las aptitudes
que los grupos juveniles exigen o esperan de sus miembros. Estas listas varían en tal medida de
un momento histórico a otro, y de un grupo social a otro, que parece casi inútil la
búsqueda de líneas que permitan hallar una cierta continuidad. Tal vez el rasgo que se
salve de la caducidad de las modas sea el de la autenticidad, que por lo menos durante los
últimos cincuenta años se ha mantenido como requisito para ser aceptado por los grupos
juveniles. Otro tanto sucede con la tendencia a someterse a la voluntad colectiva. Ambas
características se condicionan mutuamente: la autenticidad se mide grupalmente, y la pertenencia
a la "barra" depende de la autenticidad.
Stone y Church (1959) mencionaban como razones para la popularidad de
los púberes varones el ser "agresivos, descuidados, ruidosos, de mucho hablar,
bonachones y con espíritu grupal". Tales características fueron cambiando a
medida que pasaron los años, sobre todo por la inclusión de todo lo referido al cuidado
del aspecto personal. En este momento será conveniente advertir que raras veces dicho criterio
coincidía con el de los adultos, y que por lo contrario en general se ubicaba en los
antípodas de aquel.
Según aquellos mismos autores las niñas púberes de
entonces tenían éxito si eran "amistosas, bellas, dóciles, ordenadas,
quietas, graciosas y entusiastas, si bien este último rasgo no debía ser excesivo"
(ibid). En cuanto a ser experimentadas en materia de vínculos afectivos aumentaba su
popularidad entre los varones, pero la disminuía entre las otras jóvenes. Años
después se esperaba que las jóvenes fueran "más vivaces, extrovertidas y
dominantes".
Uno de los hechos que más me han llamado la atención al
analizar estos datos de la historia reciente es que en la sociedad norteamericana de la primera mitad
del siglo XX los criterios de popularidad entre los adolescentes parecían depender mucho
más de los patrones adultos que de los juveniles, pero sobre todo muestran un franco predominio
de actitudes enraizadas en la represión (tomando el término en su sentido
psicoanalítico). Sin embargo, cuando en la evaluación realizada por los investigadores las
respuestas no se discriminaban por sexo, los resultados eran diferentes: en ese caso se comenzaba a
insinuar "el abismo creciente entre las generaciones y sus standards" (ibid). Lo que
se confirma con mayor claridad cuando nos informamos que entonces "las maestras del
kindergarden y del primer grado pudieron predecir la popularidad con un 65% de exactitud mientras que
los maestros del séptimo grado sólo lo hicieran con un 25% de acierto" (ibid).
Resulta fácil asociar la necesidad adolescente de popularidad,
con la idea de Fromm (1976) sobre la existencia de un mercado de la personalidad, que el admirado
pensador probaba, entre otros argumentos, citando el hecho de que en 1938 el libro más vendido en
los E.E.U.U, de Norteamérica resultó "Cómo Ganar Amigos e Influir Sobre la
Gente" de Dale Carnegie. Pero además de las razones culturales y hasta
antropológicas que explican la necesidad de aceptación en cualquier edad, si llevamos
nuestra observación sobre el mundo adolescente, obtendremos la certeza de que hay motivaciones
psicológicas especiales para que aquella necesidad se halle notablemente incrementada, ante todo
la debilidad e inestabilidad de un Yo en profunda y rápida reestructuración.
A fin de reforzar la idea sobre la importancia de los diversos roles
jugados por el grupo de pares durante esta etapa evolutiva, aprovecharemos una frase de Meltzer citada
por Marcelli y Braconnier (1986): "gracias a la distribución de las partes del Yo sobre
los miembros del grupo ", éste puede significar hasta una forma de atenuar las
necesidades masturbatorias .
Algunos han puesto en duda la aptitud del joven para moverse en el medio
extrafamiliar al cual se ajustaría sólo gracias a la intensidad emocional de los grupos de
pares, convertidos así en quasi-primarios. Esta posición suena a una reelaboración
de la desafortunada creencia en la tendencia regresiva hacia un presunto nirvana prenatal como uno de
los rasgos definitorios del ser humano, de la que el mismo se liberaría gracias a una especie de
trampa representada por los aportes maternos. Ya he discutido este punto de vista en otro trabajo
(Maffei, 1989), en este momento me interesa tan sólo dejar sentado mi desacuerdo con la
traslación de semejante criterio a la adolescencia. A tal fin echaré mano de un
pensamiento de Blos (1981) en el que se recuerda que ya mucho antes de la adolescencia el niño
cuenta con una operativa "preparación para el alejamiento emocional de su matriz familiar"
, consistente en las "disrrupciones en su desarrollo" que lo llevaron, por
etapas, a una creciente "dependencia de yoes auxiliares".
Sintetizando, el ser humano posee, en todas las etapas de su desarrollo,
las aptitudes necesarias para adecuarse al medio, dado que éste es uno de sus objetivos
biológicos fundamentales.
* La salida al mundo *
* Los miedos *
Como la vida contemporánea se rige por patrones que en una alta
proporción de circunstancias generan miedo en sus miembros individuales, y hasta en grupos
más o menos numerosos, no es extraño que el deseo de salir al mundo, tan notable en la
adolescencia, se vea no obstante amortiguado por fuerzas opuestas, capaces de condicionar diversas
conductas elusivas. La consecuencia no es que los jóvenes se queden en sus hogares, pero
aún saliendo de ellos se refugian en escondites simbólicos como los auriculares de sus
equipos de música, los juegos electrónicos, la televisión, etc.
A esta altura resultará oportuno, tal como lo hizo la encuesta
del CEOP, que nos preguntemos ¿qué temen nuestros adolescentes? . Los resultados de esa
encuesta se constituirá en suficiente material para reemplazar el contenido posible de este
apartado:
CUADRO III
TEMORES MAS FRECUENTES
Peligro de SIDA 56,1%
Robos/asaltos callejeros 54,4%
El peligro de la droga 45,9%
Ataque de patotas 42,3%
El accionar de la policía 36,1%
Riesgo de violación 33,4%
Peleas con chicos conocidos 15,0%
Otros 1,8%
Ninguno 2,5%
* Los grupos *
En el estudio del proceso de socialización ocupan un lugar
destacado las actividades grupales, que durante la adolescencia son muchas y muy variadas, incluyendo
áreas como la deportiva, la intelectual y la más específicamente lúdicra,
sin olvidar el diálogo entre pares, que en la actualidad parece estar adquiriendo,
progresivamente mayor importancia. Esta última actividad se desarrolla en las más diversas
circunstancias: desde grupos de reflexión más o menos institucionalizados, hasta aquellos
informales que se reúnen en plazas y aceras contiguas a escuelas y salones de baile.
El equipo profesional del CEOP investigó también el
contenido de tales diálogos, comprobando que abarcan una extensa gama:
CUADRO IV
TEMAS DE CONVERSACION ENTRE ADOLESCENTES
Sexo 66,1%
Drogas/SIDA/Alcohol 60,8%
Problemas personales/íntimos 60,1%
Temas de colegio 59,5%
Temas intrascendentes 43,2 '/o
Política 30,9%
Temas de trabajo 30,1%
Ninguno en especial 13,1%
Otros 13,1%
A pesar del rechazo tanto por el mundo de los adultos como por el
estudio -tan generalizados ambos entre los adolescentes- la escuela sigue siendo el ámbito
privilegiado de la socialización: allí se establecen amistades y solidaridades más
amplias, se entrenan la competencia intelectual y social entre pares, y se ensayan actitudes que
serán ampliamente desarrolladas en la vida adulta, como las sociopolíticas en los colegios
estatales, y las deportivas y culturales en los privados.
Tratar el tema de los grupos obliga aunque sea a una breve
reflexión complementaria sobre la cuestión del liderazgo. En este particular hubo una
verdadera avalancha de estudios a mediados del siglo XX. En ese entonces los investigadores -como los
citados por Horrocks (1957)- hallaban marcadas diferencias entre la personalidad de los líderes
de grupos infantiles y adolescentes. Estos últimos alcanzaban tal status cuando tenían
más en cuenta los deseos y necesidades del grupo, empleaban actitudes más sutiles para el
dominio, y se alejaban menos del perfil de adolescente de su época y nivel cultural. De ese mismo
tiempo data el marcado interés de los investigadores por la formación de las pandillas,
que Horrocks (ibid) definía así: "En contraste con otros grupos de adolescentes, la
pandilla está más adelantada en su organización y generalmente es el resultado de
un conflicto o de presiones externas sobre sus miembros que los hacen unir para su ayuda y
sostén mutuo". Afirmaba entonces este autor que tales pandillas surgían
más frecuentemente "entre los grupos recién establecidos de inmigrantes o en
lugares donde hay tensiones de raza o de nacionalidad" , y terminaba recordando que era en
tales grupos donde se generaba buena parte de la delincuencia juvenil.
Evidentemente esta descripción está impregnada de la
xenofobia, el prejuicio racial y la ceguera social de muchos autores yanquis. Hoy, con más
información sobre las características de los grupos marginados y,o discriminados, nuestra
visión del asunto sería completamente distinta. Precisamente le daríamos mucho
más importancia causal a esos datos -marginalidad y discriminación- que al origen nacional
o étnico, o al tiempo de residencia en el país, aspectos que hoy resultan preocupantes
para profanos con la mentalidad fascista de la cultura de mercado, pero no para científicos
inteligentes.
En este trabajo nos vamos a interesar por la naturaleza y funcionamiento
de nuestros grupos de adolescentes, mientras la pandilla yanqui sólo nos servirá de modelo
de comparación complementaria. Nuestra "barra", con una tradición social muy diferente, y
salvo algunas desviaciones patológicas -desgraciadamente bastante frecuentes en estos
últimos años- presenta características en parte similares a las de la pandilla
"americana", pero en gran medida muestra muchas otras que le son propias.
La barra permite un notable juego de identificaciones con el o los
miembros idealizados, lo que contribuye a la reconstitución provisional de la identidad en
crisis. Si lo idealizado es el grupo en su conjunto, el resultado será que el adolescente se
sienta contenido y protegido. Podríamos entonces preguntarnos ¿de dónde se infiere
semejante protección?, y sobre todo ¿de quién o de qué debe ser protegido el
joven?. La barra protege al adolescente de los adultos, de otros adolescentes y hasta de sí
mismo. La fuerza del grupo es tranquilizadora y salva la debilidad individual, al tiempo que sirve de
campo de entrenamiento para los diversos roles sociales que se van a jugar en la vida: líderes,
seguidores, sometidos, huéspedes, enemigos, chivos expiatorios, etc. Por supuesto que todos estos
servicios prestados por los grupos adolescentes no son gratuitos: ellos mismos constituyen un costo real
en el proceso de socialización que promueven, costo que deriva de un hecho que hasta aquí
no habíamos explicitado en nuestro análisis: en cualquier grupo de vínculos
superficiales el modelo de identificación será, casi necesariamente, el miembro más
original y característico, lo que en muchos casos implica la posibilidad de que se idealice al
más enfermo, o a las partes más enfermas de su personalidad. El resultado, poco deseable
por cierto, es la integración de grupos verdaderamente caricaturescos, capaces de trabar o
desviar el crecimiento individual de sus jóvenes partícipes.
Cuando el grupo es menos estructurado o más flexible, se
comprueba que los miembros se dispersan con facilidad, aunque luego se reagrupen con idénticos o
distintos fines.
La necesidad de socialización del joven se advierte así
mismo a través de la integración de grupos tanto pequeños como grandes, pero
también en el reconocimiento del valor otorgado a la amistad. Sobre el particular la reiteradas
veces citada encuesta del CEOP nos informa que el 97,3% de los adolescentes entrevistados en el Gran
Buenos Aires creen en la amistad, el 97,7% dice tener amigos, el 89,1% declara que sus amigos pertenecen
a ambos sexos, el 9,9% tiene amigos sólo de su mismo sexo, y el 1,1% se limita a amigos del otro
sexo.
En estas últimas décadas el interés de los
investigadores se ha inclinado por la constitución de otros tipos de grupos, más ligados
tanto a lo cultural como a lo ideológico. Por ejemplo Marcelli y Braconnier (1986),
refiriéndose a las situaciones extremas de esta modalidad de socialización, citan un
trabajo de Mauger quien en 1975 detectaba dos tipos de marginalidad: una intelectua1 "con dos
tendencias, una hippy y otra izquierdista, y una marginalidad popular". Marginalidades que
bien pueden hallar una explicación próxima a la que Blos (1981) encontró para los
rebeldes de las dos décadas anteriores a aquella de la que se ocupa Mauger. Para Peter Blos el
adolescente enfrentado a los adultos era el "producto marginal o cabal de aquel estilo
hiperreaccional de crianza implantado en la década del cincuenta, y elaborado e influido por la
mentalidad de la sociedad opulenta".
* Los ideales *
En cierto momento de nuestra exposición aludimos al idealismo
adolescente, volvemos ahora sobre él para aclarar que el joven que imprescindiblemente necesita
defenderse de los repetidos deterioros de su autoestima, se ve empujado a idealizar determinados
aspectos de su propia personalidad. Fácilmente proyecta en el medio dichos aspectos idealizados,
sobre todo en ciertos rasgos de la subcultura adolescente, los que son así sobrevalorados y
constituidos en objetos de adhesión extrema. Estos ideales cambian con bastante frecuencia, como
se comprende fácilmente dado su origen. Sin embargo esta característica parece no ser
exclusiva de la actualidad: ya Stone y Church (1959) describían al joven como permanentemente
"ocupado con la pérdida de viejas ilusiones y la construcción de otras nuevas que
ocupen su lugar".
Hay momentos cruciales en los que el adolescente se siente incapaz de
actuar coherentemente con esos ideales. En tal caso puede adoptar una actitud superficialmente
cínica, o asumir un "aire de aburrida sofisticación" , que lo liberan
de la posibilidad de ver incrementarse peligrosamente la propia descalificación.
En otro orden de ideas, y desde una distinta modalidad interpretativa de
las idealizaciones y de las defensas generadas ante la comprobación de que tales ideales resultan
inaccesibles, es posible pensar que esas mismas idealizaciones pueden ser consideradas como
consecuencias de la resistencia a crecer.
En la práctica es muy difícil distinguir entre esta
conflictiva con los ideales propios proyectados en el mundo exterior, y la correspondiente a las
dificultades que se le plantean al joven cuando debe cumplir con aquellos otros proyectos surgidos
gracias a la dureza del mundo adulto. Tanto en un caso como en el otro, la salida del adolescente es
refugiarse en la fantasía.
La tendencia a idealizar tiene un elevado costo revelado a través
del número de desilusiones que sufre el adolescente, sobre todo en las primeras etapas del
estadío. La consecuencia puede ser ese cuadro quasi-depresivo que los autores alemanes han
bautizado con e1 sugestivo nombre de "dolor del mundo" (Weltschmetz). Fenómeno que, por otra
parte, podría brindarnos una nueva explicación parcial de la antes mencionada tendencia a
la soledad, y constituirse, a la vez, en motivación de los rasgos de "romanticismo" que
con tanta frecuencia llevan a los jóvenes a creaciones poéticas de muy desigual valor
estético.
¿Cuáles son los ideales más frecuentes en la
adolescencia? Ante todo es evidente, como ya quedó dicho, que un valor especialmente idealizado
es la sinceridad, a veces llevada a extremos caricaturescos e irreales, que terminan por convertirla en
precario disfraz de una desbordante agresividad, en ocasiones realmente cruel.
El socialismo, en sus diversas vertientes, ocupó un lugar
importante en las idealizaciones adolescentes desde principios del siglo XX, si bien en estos
últimos años ha ido perdiendo su lugar de privilegio ante el impetuoso avance de un
consumismo que está barriendo todos los idealismos, salvo el religioso, propio de algunos grupos
-por otra parte notoriamente minoritarios-. Es de esperar que el rotundo fracaso del fundamentalismo
adorador del dios-mercado, revierta esta tendencia claramente contraevolutiva.
* Las aptitudes y la socialización *
Ya hemos hablado del tema de las aptitudes pero dentro del marco de la
relación con lo pares. Si ahora lo conjugamos con lo que sucede en relación a los
vínculos entre el joven y los diversos grupos sociales, lo primero que se nos impone es la
cuestión de la inseguridad.
Esta inseguridad a la que también hacemos referencia en otra
parte del presente ensayo, parece estar determinada -como también está dicho- por el
conflicto entre posibilidades y aptitudes. Aptitudes que periódicamente entran en crisis con los
valores socioculturales de cada época. Así por ejemplo Hollingworth (1955) señalaba
cómo en los E.E.U.U. de Norteamérica, durante las décadas del treinta y el
cuarenta, debido a la enorme afluencia de alumnos a la escuela secundaria, se incluyó a
"muchos individuos que no reunían las condiciones necesarias" , con el
consiguiente incremento del número de fracasos y frustraciones. No es éste el lugar para
discutir el significado social de la educación secundaria en e1 hemisferio norte, y por lo tanto
no entraré a valorar una política capaz de incluir semejante cantidad de
adolescentes en un régimen a todas luces inadecuado. Prefiero
limitarme a subrayar que ésta, como tantas otras vicisitudes culturales parece probar una
presunta torpeza en los jóvenes de esta etapa evolutiva, y condicionan, por eso mismo, la
inestabilidad. Tal vez haya otros ejemplos en tal sentido, pero éste me parece suficientemente
demostrativo de cómo aquella inestabilidad depende, en gran medida, de tener que ocupar el lugar
del chivo expiatorio de los errores y la soberbia de una cultura determinada.
De todas maneras, con mayor o menor participación social, el
adolescente descubre generalmente que sus rendimientos están por debajo de las expectativas de
los adultos, y hasta de las propias. Si durante la niñez superaba frecuentemente lo esperado por
sus padres y maestros, ahora tiene clara conciencia de que sus logros son, en muchas ocasiones,
decepcionantes para aquellos adultos, que por lo tanto ya no se enorgullecen de él.
La experiencia social de los adolescentes sigue siendo limitada, si bien
no tanto como en las etapas anteriores, aunque ahora con un agregado cualitativo de importancia: el
joven se ha vuelto consciente de la riqueza del mundo social de los adultos, al que aspira y no puede
acceder, y al que, por lo tanto intentará descalificar defensivamente, de manera de no sentirse
disminuido.
Poniendo ahora en el primer plano la dimensión
intrapsíquica, podemos afirmar, en forma sintética, que el proceso de socialización
en el niño, desde sus primeros pasos, ha implicado casi siempre un desarrollo que, en lo esencial
consiste en una marcha hacia el abandono del egocentrismo infantil, y coextensivamente hacia el
descubrimiento de un mundo multicéntrico y progresivamente comprometedor. Tal proceso debe
enfrentar todavía ciertas dificultades: ante todo las derivadas de la percepción de los
cambios internos. Se trata, como es comprensible, de una percepción que atrae la atención
del sujeto con una fuerza incoercible, y afecta parcialmente el sentido y control de la realidad.
Con todo, el ensimismamiento se va superando, y se comienza a insinuar
una progresiva aceptación de los demás y de sus diferencias. Tal adecuación
está precedida por una etapa de gran polarización de las aceptaciones y de los rechazos.
Etapa en la que desaparecen conceptos como "relativo", "más o menos", etc.: las cosas y las
personas son magníficas u horribles, angélicas o demoníacas, utilísimas o
peligrosísimas. Una vez dejada atrás ésta y otras turbulencias, el resultado de
todo el proceso es un aumento de los contactos sociales, no sólo en cuanto al número de
interlocutores posibles, sino también en cuanto a la diversidad de situaciones que pueden
enfrentarse. Todo lo cual, desde la óptica de los adultos, brinda una situación propicia
para que se logren actitudes sociales maduras, en las que se irán incluyendo los valores
culturales y económicos del medio.
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