el juego infantil
 
 

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La cuestión de la intensidad del estímulo capaz de despertar interés y aquella otra que causa rechazo, obliga a una breve digresión, cuyo objetivo es señalar lo que ya Freud había observado: la cualidad placentera o displacentera de un estímulo está en relación con la modalidad temporal de su aplicación (es decir, con la cantidad de estímulo en la unidad de tiempo), por cuanto una misma calidad de estímulo a veces es placentera y otras dolorosa. Podemos completar ahora esta idea afirmando que el bebé no rechaza todo estímulo, sino sólo aquellos que por su intensidad, no son procesables por su equipo adaptativo congénito. Lo que el bebé rechaza, al igual que el adulto, es la sobreestimulación, pero también la no estimulación, capaz de producir el cuadro de hospitalismo y muerte descripto por Spitz en niños alimentados adecuadamente pero carentes de cuidados maternos. Existe una modalidad de estímulo adecuada para cada fase vital, que resulta ideal para la evolución normal, en concordancia con la capacidad de procesamiento con la que cuenta el aparato psíquico en dicha fase. Insistimos: la mayor estimulación induce el rechazo, pero la no estimulación detiene el desarrollo. Tal es la causa de que la madre, a través de la preocupación materna primaria, sintonice con la cantidad de estimulación que el bebé es capaz de procesar en un momento determinado, y consiguientemente lo ayude a perfeccionar su tendencia a abrirse al mundo. Pero no es el maternaje quien crea tal tendencia, sino quien sintoniza con las posibilidades incipientes del bebé adaptándose a ellas y favoreciéndolas. Las fases transitorias de responsividad postuladas por Mahler en la fase "autista" serían expresión de este ajuste óptimo entre estímulo y capacidad de procesamiento, dentro del estado general de inhibición traumática.

Lo antedicho abona la hipótesis que planteamos anteriormente, según la cual la maternación es un factor esencial del desarrollo que, sin embargo, no resultaría operativa de no existir en el recién nacido una definitoria tendencia metahomeostática y una necesidad de dirigirse al mundo, aún antes de poder concebirlo como tal. Dicha tendencia puede incluirse entre las más poderosas de la vida pulsional del ser humano.

Como confirmación ulterior de lo que acabamos de exponer, podemos mencionar que recientes estudios sobre la etiología del autismo infantil (aquí estamos haciendo referencia al cuadro psicopatológico que ha merecido ese nombre) señalan la existencia de déficits congénitos en el procesamiento sensorial, que podrían ser la causa de que aún estímulos mínimos puedan resultar dolorosos, induciendo al consiguiente apartamiento del mundo.

 

Volviendo a nuestra línea de pensamiento anterior, podemos afirmar que, en el transcurso de las semanas "autísticas", el niño comienza a integrar muy lentamente las experiencias sensoriales novedosas (para las cuales ya vimos que está preparado fisiológicamente, aunque no haya tenido experiencia sensorial en el claustro materno) con aquellas que ha experimentado desde antes del parto: las kinestésicas. Así se logra una imagen del mundo "exterior" según el siguiente esquema autorreferido: la mamá es una forma de ser tenido - una voz que se oye - un olor que se percibe - un sabor que gratifica - una necesidad satisfecha. Esta experiencia compleja, interferida por una serie de imperiosos requerimientos perturbadores, tanto por lo intensos como por lo novedosos (hambre, necesidades evacuatorias, etc.), sustituye a la experiencia más simple y sin grandes sobresaltos de la vida prenatal. Queda así nuevamente justificada la situación traumática que genera inestabilidad, con el consiguiente intento defensivo de retornar al reposo mediante la atenuación del estímulo. En tal sentido este proceso resulta más dinámico y evolutivo que el famoso principio de Nirvana. De hecho, se comprueba que tal inhibición defensiva no sólo no aleja al niño de su camino evolutivo, sino que por el contrario le permite avanzar en él, al adaptar la percepción de los estímulos al nivel de lo procesable. N os parece que así pierde sustento la hipótesis de una tendencia básica a la regresión como tendencia preponderante, y se afirma por el contrario la de una re-organización para el avance, según las posibilidades de la fase de que se trate.

 

Pero planteemos ahora las cosas desde el otro polo de la díada. La madre viene de un período en el que trabajosamente ha asumido las profundas modificaciones de su esquema corporal derivadas del embarazo. Precisamente cuando la mujer acaba de aceptar la situación simbiótica primaria, y comienza a disfrutar del doble goce del misterio de ser portadora de vida y de sentirse al mismo tiempo defensa y agente mediador de un nuevo ser, sobreviene el parto, con lo cual todo ello se "pierde". La madre se ve así sobresaltada por la pérdida "de una parte de sí misma", y por ello intenta seguir siendo la mediadora de todos los estímulos del bebé (la "presentadora oficial" del mundo), convergiendo con las necesidades metahomeostáticas específicas del bebé en los primeros momentos del desarrollo. De esta manera, la exploración iniciada por el niño no implica la ruptura de la simbiosis, sino la estructuración de una etapa simbiótica secundaria, que resulta indispensable como matriz en la que se desarrollará luego la diferenciación entre Yo y no-Yo descripta por Spitz.

 

La salida de la fase "autístíca" se efectiviza por la interacción del maternaje con la capacidad reactiva del niño, verdadera matriz diádico-evolutiva sobre la que se desarrollará la innata tendencia exploradora y controladora (metahomeostática) del medio, verdadera expresión ontogenética de la tendencia expansiva que se observa claramente en la filogenia.

 

Durante la etapa que Mahler llama simbiótica, y que nosotros preferimos llamar simbiótica secundaria, para diferenciarla de la prenatal, se efectiviza el marco de seguridad que el bebé necesita para controlar la imperiosidad pulsional, proceso -descripto por Bally- que lleva gradualmente a1 perfeccionamiento de la sensopercepción y a la discriminación entre el Yo y el no-Yo. Desde esta matriz se perfecciona la diferenciación entre lo interno y lo externo señalada por los autores que venimos estudiando, y que se completará en la edad escolar.

 

E1 maternaje, a través de los deseos -conscientes e inconscientes- de la madre en favor de la evolución del niño, constituye el marco que actúa como activador de la natural tendencia metahomeostática. La acción del maternaje se expresa particularmente a través del sentido kinestésico (el más desarrollado en esta etapa). La preocupación materna primaria descripta por Winnicott se expresa en la forma de sostener al niño en brazos, en la manera de manipularlo, más adelante completada con la modalidad adoptada para la mostración de objetos. Pero deseamos destacar que entre los deseos conscientes e inconscientes así transmitidos se encuentra el de continuidad filogenética, que por su naturaleza transpersonal resulta uno de los motores más importantes del crecimiento infantil, y que sólo se encuentra ausente en casos de muy grosera perturbación organísmica. Esta fuerza transpersonal subyace a los demás deseos de la madre que, por su naturaleza personal, son pasibles de alterarse por diversas causas psicopatológicas. Precisamente la comprobación de que, a pesar de dichas anomalías psíquicas maternas, si no son realmente extremas, muchos niños continúan su desarrollo y en casos -no excepcionales- con características normales, es lo que nos ha llevado a pensar en la acción de esta fuerza transpersonal, que nos muestra a la Evolución imponiendo sus leyes más allá de los obstáculos individuales y circunstanciales.

 

La fenomenología ulterior del proceso evolutivo ontogenético demuestra tanto una complejificación de la organización interna, como una funcionalidad más adecuada y direccional de la energía psíquica. Ello se infiere de las conductas que, progresivamente, van pudiendo tomar en cuenta a los objetos constitutivos del medio externo. Por esta razón Mahler habla de un Yo rudimentario, que quizás deba ser visto más bien como un precursor evolutivo del Yo. El cambio del equipo receptor, que cada vez más privilegia lo sensorial, va creando un espacio psíquico en el cual se produce una creciente distancia de los objetos, y fundamentalmente de la madre. Pero con este último párrafo nos hemos alejado de la etapa que esta revisión pretende abarcar.

 

Podemos sintetizar así los puntos capitales de esta visión evolucionista:

•  el nacimiento no es más que una crisis evolutiva en un proceso continuo de crecimiento regido por leyes fílogenéticas más poderosas que aquellas que responden sólo a la ontogenia;

•  el homo sapiens sapiens nace dominado por una fuerte tendencia a explorar y controlar el medio;

•  esta pulsión se inhibe defensivamente y en forma transitoria a consecuencia de la brusca interrupción de la simbiosis prenatal o primaria;

•  al inhibirse la fuerza metahomeostática queda en primer plano la fuerza homeostática que tiende a reorganizar la capacidad de avance y a detener la inestabilidad psicofisiológica;

•  convergiendo con la tendencia metahomeostática, el maternaje intenta recomponer el vínculo simbiótico perdido;

•  el vínculo simbiótico se reconstituye, pero bajo la influencia también del deseo de continuidad filogenética, el amor y la expectativa de crecimiento, que condicionan el maternaje a fin de activar nuevamente la tendencia metahomeostática;

- gracias al predominio sensorial se inicia el proceso de separación de la madre.