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La concepción de Spitz sobre el primer desarrollo

 

René Spitz, que fue uno de los primeros analizados de Freud, se formó en el Instituto Psicoanalítico de Viena, pero ejerció la mayor parte de su carrera en universidades y hospitales de los Estados Unidos. Su contribución más destacada consistió en acercarnos a la comprensión fundamental de la génesis más precoz del Yo y del aparato psíquico, basada en un modelo extrapolado de la embriología (ciencia cuyos descubrimientos también Freud había utilizado en algún momento). Sin embargo, en el caso de Spitz, sus principales aportes fueron delineados como resultado de la atenta observación directa de niños realizada desde la óptica del psicoanálisis. Este hecho marca la diferencia con los autores anteriores, en quienes predominaba la investigación en el marco de la relación terapeútica con niños mayores o con adultos.

Esta circunstancia llevó a nuestro autor a la posibilidad de corroborar la existencia de aquel desarrollo progresivo postulado anteriormente, y conducente a una creciente complejidad del aparato psíquico. La visión psicológica de Spitz, como quedó dicho, se nutrió con ideas extrapoladas analógicamente desde la embriología: en especial el concepto de organizador de Spemann, y el de "desarrollo dependiente". Por eso resulta necesario definir previamente estos términos con el fin de comprender más adecuadamente su pensamiento.

Un organizador en embriología es la instancia que gobierna las fuerzas operantes en el desarrollo embrionario, ordenándolas según un eje evolutivo particular. Constituye una especie de marcapaso del desarrollo, el cual induce la diferenciación de los tejidos dependientes de él. A su vez, un primer organizador facilita, por inducción sucesiva, las condiciones apropiadas para la emergencia de un segundo organizador, en un tejido que tiene la potencialidad para ello. Tal, por otra parte, el concepto de "desarrollo dependiente".

Spitz supone que en el desarrollo psíquico existen organizadores equivalentes, es decir, estructuras de funcionamiento psíquico que resultan directrices en la integración incipiente, y que él denomina organizadores de la psique. Estos también se encuentran vinculados según una secuencia de desarrollo dependiente. E1 aporte fundamental de este investigador consistió en definir cuáles son estos organizadores, cómo se los puede detectar en la observación, y qué consecuencias tiene su aparición en el desarrollo de los siguientes.

Para Spitz la estructuración precoz del psiquismo se caracteriza por estadios secuenciales de diferenciación continua. Cada estadio representa un nivel de complejidad creciente en la estructura psíquica del individuo, en consonancia con "las tendencias a la síntesis, y la progresión de lo no organizado e indiferenciado a lo organizado y estructurado" (Spitz, 1959). Pero cuando un determinado estadio llega a su culminación, alcanza un punto crítico en el cual emerge un nuevo organizador. Este puede ser visto como un proceso de cristalización en el aparato psíquico, o como un punto crucial con emergencia de nuevas funciones que inducen la evolución posterior. Cada una de estas supuestas cristalizaciones marca la transición hacia un nuevo estadio.

La emergencia de un determinado organizador se infiere según Spitz "por la aparición de una conducta afectiva específica, que es señal del establecimiento del organizador y del inicio de una nueva fase" (Spitz, 1959). Enseguida veremos cuáles son los estadios postulados por este autor, así como las conductas observables que indican el establecimiento de los distintos organizadores. Mientras tanto es importante aclarar que, a diferencia de los organizadores embriológicos, que son anatómicamente localizables, los de la psique sólo se pueden observar en el tiempo, encadenados según un orden secuencial resultante de lo que hemos identificado como desarrollo dependiente. La emergencia de cada organizador se produce en un momento crítico de interacción entre las fuerzas madurativas (disposición genética) y las influencias ambientales que están dadas por las relaciones de objeto. Estas relaciones objetales tienden a estimular y a encauzar las fuerzas madurativas y del desarrollo psíquico actuantes en ese momento particular. La forma de establecimiento del primer organizador condiciona luego el establecimiento de los posteriores.

 

A diferencia de Freud o Klein, Spitz no otorga demasiada importancia a la teoría de la pulsión de muerte o principio de Nirvana, aún cuando no descarte totalmente su existencia. Pero sostiene que en el desarrollo predomina, en forma innata, una fuerte tendencia a la integración, que parece seguir una norma propia, independientemente de la influencia canalizadora de las relaciones objetales. En esta convicción nos parece ver una similitud y una corroboración de lo que postulamos en la primera parte, en referencia a que la relación objetal contribuye a desencadenar y encauzar una fuerza propia de la evolución, pero de ninguna manera a crearla. Spitz afirma que esta tendencia a la integración se entrelaza con las relaciones de objeto, que parecen movilizar las fuerzas propias del desarrollo progresivo. Pero subraya que dicha tendencia puede incluso contraponerse a las relaciones de objeto insatisfactorias, y dar como resultado un término medio en la evolución. Esta visión atribuye al infante humano una rudimentaria libertad frente a algún estímulo contraevolutivo del medio, y esto no registra antecedente en los autores ya reseñados.

 

El primer estadio descripto por Spitz abarca los primeros dos o tres meses de vida, y es denominado estadio de "no diferenciación", no objetal o anobjetal. Esta idea se encolumna con aquel narcisismo primario descripto por Freud. En esta etapa no habría entonces diferenciación "entre la psique y el soma, ni entre el Yo y el Ello" (Spitz, 1959). A partir de un comienzo regido por el principio de Nirvana, tendiente al rechazo del estímulo, comenzarían a diferenciarse conductas encuadradas en el principio de placer-displacer. Pero este autor considera tales conductas como presuntivamente inespecíficas, y supone que las respuestas frente a un estímulo determinado pueden producirse aleatoriamente. A pesar de las dudas que provoca siempre un recurso al azar, es admisible pensar que los condicionamientos psíquicos y somáticos de un determinado comportamiento no sean accesibles a nuestros instrumentos de observación, y pasen por lo tanto, inadvertidos. E1 estadio delimitado de aquella manera está caracterizado por la imposibilidad de postergar la gratificación y, por ende, por la ausencia del tiempo necesario para el reconocimiento de cualquier percepción como proveniente de los objetos reales.

 

En el curso del tercer mes se observa la aparición de una conducta afectiva específica que para Spitz resulta el indicador de que se ha establecido el primer organizador de la psique, dando lugar a un nuevo estadio. Esa conducta es la respuesta de sonrisa al rostro humano de frente. A partir del tercer mes, el bebé responde característicamente con una sonrisa a la presentación del rostro humano de frente. La misma conducta se obtiene presentando una careta o una "T" de cartulina blanca, cuya rama vertical tenga aproximadamente el tamaño del macizo facial, y la horizontal el de la frente. Este último hecho indica que el bebé no reconoce aún el rostro humano como objeto, sino más bien como una gestalt (forma)-señal privilegiada dentro del mundo caótico de las percepciones primarias. Esta gestalt-señal constituye un precursor del reconocimiento del objeto, y por ello el estadio que ahora se inicia es definido como pre-objetal o mejor del objeto precursor. Este estadio se extenderá hasta los seis u ocho meses de vida.

 

Ha sucedido que, durante el primer trimestre, las gratificaciones más importantes (alimento y manipulación) han coincidido siempre con la visualización de un rostro humano de frente. Dicho estímulo se constituye entonces en una gestalt-señal afectivamente privilegiada entre las percepciones incipientes del mundo exterior. El interés por esta gestalt-señal, y la respuesta de sonrisa resultante, puede explicarse según la hipótesis freudiana del principio de Nirvana. E1 niño tendería naturalmente a rechazar el mundo y a volver a la no-vida. Pero los estímulos dolorosos resultantes de las pulsiones insatisfechas lo obligan a aceptar parte de ese mundo externo en tanto proveedora de lo necesario para eliminar aquel dolor. Así, la gestalt precursora, y luego la madre, llegan a ser aceptadas en tanto medios que eliminan la tensión. Puesto que se ha producido la experiencia repetida de que dichos objetos que brindan satisfacción, fueron obtenidos y perdidos numerosas veces, el bebé llega a aceptarlos como exteriores a él, instaurándose el reconocimiento de la realidad (prueba de realidad). Ya hemos hecho una apreciación crítica de esta posición antropológica, que entiende la realidad psíquica en tanto fenómeno exclusivamente homeostático. Ahora podemos afirmar que la tendencia metahomeostática que lleva a la exploración del mundo exterior, definitoria de la Evolución, permite por sí misma explicar satisfactoriamente la instalación de la prueba de realidad. Esta resultará, sí, reforzada por la experiencia de la previa satisfacción obtenida en el ámbito de dicha realidad, pero también por la de la previa frustración, que le permitirá al bebé salir gradualmente de la creencia omnipotente en su propia autosuficiencia, aceptando así la existencia independiente de los objetos externos.

 

Sea como fuere, no caben dudas en cuanto a que la emergencia de la respuesta de sonrisa sugiere que se ha establecido el principio de realidad. Según lo que hemos visto anteriormente, el establecimiento de este último indica la constitución de un Yo rudimentario y de un Ello, ambos, para Spitz, diferenciados a partir de una matriz común, vale decir que en esta posición teórica el Yo no se diferencia a partir del Ello, sino que ambas instancias tienen su origen en una matriz común indiferenciada. El Ello se define como tal concomitantemente con la diferenciación del Yo, por contraste con las funciones especificas de éste.

 

En esta organización psíquica elemental ya se encuentran comportamientos de demora de la descarga pulsional, que sólo pueden explicarse sobre la base de un precursor evolutivo de lo que luego serán las huellas mnémicas (memoria). La existencia de esta memoria rudimentaria, que permite acumular la experiencia de la satisfacción repetida en lapsos regulares (y por ende demorar la descarga pulsional hasta que llegue el estímulo esperado), ratifica la suposición de un Yo primitivo. Además, al existir precursores de memoria se puede hablar de una cierta división topográfica del aparato psíquico en un sector consciente y otro inconsciente.

 

Las conductas, que antes eran aleatorias, se organizan ahora con un carácter direccional hacia un objeto específico de percepción: el objeto precursor. Este no es percibido todavía como una persona sino como un atributo gestáltico. Por eso no se habla de verdadero objeto libidinal, único e individual, sino de precursor del objeto. De cualquier manera las respuestas a este objeto precursor no son aleatorias. Adquieren para el investigador al que estamos siguiendo "el carácter de previsión y expectativa (...) indicado por la aparición de la respuesta sonriente, que representa una comunicación recíproca consciente. Es un intercambio de señales con el objeto...'' (Spitz, 1959).