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* LA VIDA AFECTIVA *
En una obra anterior (Maffei, 1992), y apoyándome en el clásico
tratado de Dumas usaba el término estados afectivos para referirme a lo agradable, y lo
desagradable, al dolor y al placer, a las emociones, a las necesidades y a las tendencias
afectivas. |
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En ese mismo texto definía los conceptos de vida afectiva,
emoción y sentimiento, con el mismo criterio con que deseo hacerlo aquí. Decía
entonces, que sin entrar en el terreno de las especulaciones teóricas, sino partiendo de una
actitud fundamentalmente operativa, hablaríamos:
a)- de vida afectiva para referirnos a todo el mundo psíquico, pero más
específicamente a aquellos momentos en que resulta desequilibrado por diversos estímulos
("lo que nos afecta");
b)- de sentimientos cuando aludiéramos a fenómenos afectivos no agudos,
necesariamente ligados a representaciones mentales, y con pobre participación de la
dimensión fisiológica del funcionamiento organísmico; y, por último,
c)- de emociones, para hablar de aquellos episodios agudos, primitivos, no
necesariamente ligados a representaciones mentales, y que implican una marcada participación
fisiológica, especialmente del sistema neurovegetativo.
Dicen Stone y Church (1959) que "una porción sustancial del tiempo del
adolescente está coloreado por sentimientos de frustración, humillación, rabia,
malhumor, resentimiento o desesperación dramática" , pero será bueno aclarar
que lo dicho dista mucho de ser comprobado con facilidad pues, en perfecta continuidad con una actitud
típicamente prepuberal, el joven oculta o disimula sus afectos y emociones frente al adulto,
salvo cuando se trata de reacciones impulsivas. Es posible, entonces, que lo que sigue, a pesar de no
constituir una descripción todo lo completa que sería de desear a fin de inteligir el
desarrollo afectivo de esta etapa, espero que al menos resulte lo suficientemente sugestiva como para
inducir una mejor comprensión del fenómeno emocional más característico de
la adolescencia, la inestabilidad.
* La Inestabilidad *
Como acabamos de afirmar, uno de los rasgos más destacados de la adolescencia es
la inestabilidad del área afectiva. Esta característica es de tal manera definitoria de la
etapa, que Pearson (1972), de acuerdo con las opiniones de Sigmund y Anna Freud, señaló
como criterios para la terminación del psicoanálisis en los niños:
1)- "la resolución de los síntomas neuróticos",
2) - el "progreso del Yo y de la libido hasta alcanzar formas de conducta y
relaciones apropiadas a la edad del paciente", y
3)- la "estabilidad de la interacción entre el niño y los padres"
.
Nuestro autor descartaba el tercero de tales criterios durante la adolescencia, dado que
lo consideraba inaplicable.
En el pasado la inestabilidad fue atribuida a la entrada en funciones del sistema
endocrino hipófiso-gonadal. Esta hipótesis hace tiempo ha sido dejada de lado, por lo
menos en tanto explicación central del fenómeno. Ante todo por la imposibilidad de
comprobar una correlación aceptable entre ambos hechos, y en segundo término, a la
reiterada verificación de que cualquier incremento de la inseguridad produce una situación
emocional semejante, y ello, a cualquier edad. Siempre que se formula una descripción de
jóvenes de entre doce y dieciocho años, se incluye la inestabilidad como rasgo importante.
La única excepción a esta regla es la de Gesell y sus colaboradores (1958), quienes nos
sorprenden trazando el retrato de un idílico adolescente que a los doce y a los trece se muestra
sereno, confiable -hasta escrupuloso-, dedicado a sus estudios, aunque con una cierta tendencia a
aislarse, tendencia que, por otra parte, para dichos autores, no debería confundirse con una
posible retracción de la realidad. Resulta claro que la confianza que despiertan las detalladas
descripciones de los niños de menor edad realizadas por Gesell, se pierde cuando éste
traslada su técnica de observación a la etapa puberal.
Muchas hipótesis se han articulado para explicar la inestabilidad habitual del
adolescente. No las expondremos en este momento dado que el tema seguirá ocupándonos
prácticamente a lo largo de todo el ensayo. No obstante lo cual conviene citar aquí la
existencia de un factor al que si bien no podemos atribuirle un papel protagónico, merece la
atención del observador de conductas normales. En todo proceso de crecimiento rápido se
comprueba un período inicial de inestabilidad, que generalmente conduce luego a alguna forma de
equilibrio superior. Uso aquí el término superior en el sentido de constituido con mayor
complejidad y no implicando ninguna forma de valoración. En la adolescencia, sobre todo en sus
primeras etapas, el desarrollo es muy rápido, y se complica además con pérdidas
desestabilizadoras y cambios capaces de suscitar un descenso de la autoestima y un incremento de la
inseguridad. Algo más adelante nos referiremos a estos aspectos, pero desde ahora vayamos
sentando que siendo capaces de afectar al joven, contribuyen a desencadenar y,o incrementar su
inestabilidad emocional.
* El punto de vista psicoanalítico *
Desde este particular enfoque teórico se considera que en la adolescencia se
reactiva la historia psicosexual del sujeto, aparentemente dormida durante toda la etapa a la que tan
sugestivamente se la ha denominado "de latencia". Debido a dicha reactivación los padres, que en
su momento constituyeron el objeto de las diversas tendencias eróticas primarias del niño,
recuperan el rol
protagónico: ahora constituyen los objetos libidinales fundamentales. En forma
sintética podemos decir que para la escuela psicoanalítica el resurgimiento del complejo
de Edipo puede ser considerado como una de las características específicas y definitorias
de la etapa. En sentido estricto lo que sucede no es tanto una reactivación del complejo de
Edipo, puesto que en el momento de ingreso en la etapa que recién señalamos con el nombre
de latente, tampoco se produjo exactamente una verdadera disolución, sino una suspensión
de aquella situación conflictiva. De la definitiva resolución, recién ahora
emprendida, depende -en gran medida- el logro de una adecuada identidad sexual para la vida adulta. En
este último sentido Marcelli y Braconnier (1986) han aclarado que "el conflicto interior del
adolescente no es una simple réplica al conflicto edípico, se asocian conflictos
más arcaicos, como por ejemplo el conflicto entre el Yo real y el Yo desestabilizado, o
conflictos ambivalentes que recordarán los de la fase depresiva. El enfrentamiento entre la
vida fantasmática y las transformaciones puberales trastorna la dinámica conflictual. La
relación entre la preeminencia del deseo sexual y la proximidad de lo posible es la fuente de
una angustia cuya cualidad está ligada a la dimensión megalomaníaca del deseo".
Precisamente esta proximidad de lo posible es el punto clave para entender la
problemática específica del adolescente. Tengamos en cuenta que la tragedia de Edipo no es
la historia de un niño de tres a siete años, que vive en su fantasía "como si"
mantuviera un enfrentamiento con el progenitor del mismo sexo y un contacto sexual con el otro. Muy por
el contrario, Edipo sufrió la terrible experiencia de poseer suficiente fuerza física como
para matar realmente a Layo, y madurez genital como para consumar su matrimonio con Yocasta. He
ahí la razón de la angustia, no frente a lo deseado, sino frente a lo deseado pero a la
vez posible.
Lo hasta aquí expuesto sigue, lo más fielmente posible, aquello sostenido
por Freud en "Una Teoria Sexual" , obra en la que también se incluyen otros conceptos de
similar importancia para la teoría, como por ejemplo, la idea según la cual con la
pubertad se produce un avance de la libido en el varón, y una nueva activación de la
represión en la mujer. Fenómenos ambos que, más allá de sus diferencias,
conducen al reagrupamiento de las pulsiones parciales bajo el primado de la pulsión genital.
Siempre dentro del campo psicoanalítico, Melanie Klein (1938), a partir de haber
reconocido un real incremento de los impulsos y de la actividad de la fantasía durante la
adolescencia, cree que durante esta etapa se modifican los requerimientos yoicos y el vínculo con
la realidad. Paralelamente -y siempre para la misma autora- la vida emocional recupera la intensidad que
la caracterizó en estadíos muy anteriores, de manera que las respuestas afectivas resultan
tan importantes que se siente justificada para hablar de un incremento, también real, de la
ansiedad.
Melanie Klein (ibid) reconoce que no siempre se perciben con claridad las
manifestaciones de dicha ansiedad, pero supone que ello se debe a que la diversificación de los
intereses y actividades en esta edad, le permiten al joven un cierto control sobre ellas. Marcelli y
Braconnier (1986) han sintetizado adecuadamente los temas que la escuela psicoanalítica -en sus
distintas versiones teóricas- privilegió para el estudio de la adolescencia: "la
excitación sexual y las modificaciones pulsionales, el cuerpo, el duelo y la depresión,
los medios de defensa, el narcisismo, el Ideal del Yo o incluso el problema de la identidad y de la
identificación".
Blos (1981) completó la interpretación psicoanalítica de la
adolescencia, acentuando una dimensión esencial del proceso, que generalmente no había
sido tenida suficientemente en cuenta: la correspondiente a la agresividad. Inclusión de singular
importancia, a pesar de que el autor no se haya preocupado por establecer diferencia alguna entre
agresividad benigna y maligna, como -siguiendo a Fromm- hubiera sido preferible. Sintética y
operativamente asegura : "La labor clínica me ha convencido que en la pubertad se
intensifican en igual medida las pulsiones agresivas y las libidinales" . En otra frase de la
misma obra se manifiesta claramente la importancia que le atribuye al tema: "La singularidad del
desarrollo adolescente se destaca plenamente cuando tenemos en cuenta que, a diferencia de todos los
otros períodos anteriores a la pubertad, ese desarrollo progresivo depende de -y en verdad
está determinado por- la agresión, su tolerancia y su empleo en pro de la
reestructuración psíquica".
La fácil movilización de agresividad en el adolescente, sublimada en
determinados deportes, y descargada -aunque parcialmente- en las peleas ritualizadas, más o menos
libidinosas, que practican entre sí los púberes varones, hace que el joven tenga un
superávit de tensión. Cuando la misma llega a cierto nivel, se vuelve necesaria su
proyección en el medio, lo que explicaría la tonalidad paranoide de muchos momentos -como
la espera de represalias del exterior-, generalmente con escaso sentido de realidad. Pero volviendo a
los aportes de Blos (ibid), recordemos que fue él quien, siguiendo una línea de
pensamiento que continuaba el de Anna Freud, nos hizo reconocer el valor evolutivo de la
regresión, a la que consideró como un "componente forzoso del proceso adolescente",
un desafío que estimula el desarrollo cuando se conjuga con un adecuado cambio interno; en
caso contrario se convierte en el activador de la tendencia básica al acting out
(pasaje al acto). Este fenómeno del acting constituiría el aspecto
contraevolutivo de la regresión, próximo a la megalomanía infantil, mientras el
aspecto progresivo o metahomeostático es el que "desemboca en una afirmación del
principio de realidad y en la aceptación de la muerte" (ibid).
Supone Blos que ésta podría ser la respuesta al interrogante sobre por
qué el adolescente piensa más en la muerte que los sujetos de otras edades.
La originalidad del pensamiento de Blos en este tema obliga a una cita más
extensa. "La regresión, tal como la concibo en este contexto, no es de índole
defensiva sino que cumple una función adaptativa. Un yo adolescente será capaz de
cumplir la tarea regresiva si puede tolerar la angustia de la regresión pulsional y del yo. Y
esto sólo es posible si permanece suficientemente ligado a la realidad como para impedir que la
regresión alcance la etapa de diferenciación. Si no está preparado para dicha
tarea, por fuerza evitará la resolución regresiva de los conflictos infantiles y,
concomitantemente, no podrá consumar el desapego emocional de los lazos familiares y de las
fantasías y simbolismos infantiles, que sobrevivirán entonces como enclaves dentro del
concepto de realidad. Estas batallas por desasirse de los primeros lazos objetales se libran
normalmente en la escena psíquica entre las representaciones del self y del objeto. Por
supuesto tal escenificación únicamente es posible merced al uso de la regresión
como mediadora. Cuando la regresión tiene que evitarse, el proceso interno se juega sobre el
tablero de las realidades efectivas actuales, y en ese caso el adolescente exterioriza y concreta la
que es incapaz de vivenciar y tolerar interiormente como conflicto, angustia, culpa y
depresión" (ibid).
* Motivaciones y hábitos *
Los dos fenómenos aludidos en el epígrafe constituyen un capítulo
de singular importancia de entre los que integran el estudio del desarrollo afectivo. Merecen un
párrafo aparte, aunque las exigencias del proyecto que originó el presente ensayo
reducirá notoriamente sus dimensiones. Sin embargo el tema no se verá afectado por
semejante reducción ya que volverá a aparecer en otros apartados.
Los hábitos correspondientes a las diversas áreas de las necesidades
individuales funcionan coordinadamente. La estructura organizadora de tales hábitos, a la que
Hollingworth denomina Ego, es la base de un desarrollo armónico. La adolescencia es la etapa en
la cual el ser humano busca constituir eso que venimos de identificar con el nombre de Ego (será
bueno aclarar que este concepto de Ego en la postulación de Hollimgworth, no coincide con el que
plantea la teoría psicoanalítica). Acabamos de decir que el ser humano busca la
integración de dicha estructura, de esta manera pretendemos sugerir que la deseada armonía
aún no se ha logrado, aunque a esta altura del proceso evolutivo, sabemos que el grado de
desarrollo cognitivo permite al sujeto percibir la carencia. Por lo tanto resultará fácil
inferir que estamos en presencia de una nueva explicación de la inestabilidad, potenciada
aquí por la alternancia en el predominio de los distintos coordinadores.
El crecimiento en el investimento libidinal del self, capaz de coexistir con la
continuidad del investimento de los objetos, es una de las motivaciones fundamentales de los
adolescentes. Por cierto que tal motivación se integra íntimamente con los cambios
somáticos, cognitivos y pulsionales que venimos de estudiar, así como con los mecanismos
de defensa del Yo que veremos algo más adelante. Tal tipo de motivación, sumado a la
identificación con los objetos infantiles, es la base que condiciona el narcisismo adolescente,
narcisisimo que le permite al joven "escogerse a sí mismo como objeto de interés, de
respeto y de estima" (ibid).
* Los duelos *
Con el advenimiento de la pubertad el niño pierde su cuerpo infantil, se separa
de los adultos que hasta ese momento le habían aportado seguridad y afecto, y hasta llega a
cuestionar y cuestionarse los modelos de identificación que le habían resultado tan
útiles. Todo ello tiene un costo que habrá de ser tenido en cuenta a la hora de una
adecuada comprensión del proceso adolescente.
Marcelli y Braconnier (1986), apoyados en testimonios de Haim y de Anna Freud,
sostuvieron que existe un evidente paralelismo entre un adolescente y aquellos sujetos de cualquier otra
edad que han sufrido una pérdida. Por eso concluyen que "el trabajo de la adolescencia, como
el del duelo, consiste en una pérdida de objeto, en el sentido psicoanalítico del
término; pérdida de los objetos infantiles". Dichos autores analizan el hecho en
dos niveles:
"1) pérdida del objeto primitivo de entrada, haciendo a veces comparable la
adolescencia con la primera infancia (fase de separación del objeto maternal); citemos en este
sentido a E. Eestenberg, D. Meltzer y, sobre todo, a J. E. Masterson, quienes recogiendo la
terminología de M. Mahler, hablan aquí de la segunda fase del proceso de
separación-individuacion;
2) pérdida del objeto edípico, cargado de amor, de odio, de
ambivalencia: el adolescente es conducido a conquistar su independencia, a liberarse de la empresa
parental y a liquidar la situación edípica. Se puede deducir de ello el hecho de que la
imagen parental idealizada, el sentimiento de poder realizarlo todo (el ideal megalomaníaco
infantil), proyectados durante la infancia sobre los padres, son también cuestionados por el
deseo de autonomía, por el encuentro de otros ideales y por una mejor percepción de la
realidad" (ibid).
Podrían escribirse numerosas páginas sobre el significado y la naturaleza
de este duelo del adolescente, pero no creo que de esa manera pudiéramos agregar mucho en fuerza
expresiva al relato de un sueño que me transmitió un paciente de trece años en el
curso de una sesión psicoterapéutica. En ese sueño este púber, de notable
desarrollo intelectual, se veía a sí mismo introduciéndose en una casa desconocida,
de la que debía llevarse algo. Ese algo era un diminuto sarcófago egipcio con su
correspondiente momia. Ésta se presentaba con todo el cuerpo cubierto de vendas, a
excepción del rostro. Al salir de la casa, y ya a la luz del día, el pequeño
paciente comprobaba, muy angustiado, que la cara de la momia era la suya propia, tal como
aparecía en las fotos de su infancia. Al despertar, como decíamos, con una importante
carga de angustia, se le imponía la certeza de que tendría que llevar consigo esa momia
durante toda la vida.
* Los mecanismos de defensa *
En este apartado no vamos a referirnos a los mecanismos de defensa del Yo que el
adolescente comparte con los sujetos de otras etapas evolutivas. A éstos los damos por conocidos.
En cambio nos dedicaremos a aquellos otros que a través de la bibliografía han merecido
ser considerados como específicos de la edad. Al respecto Marcelli y Braconnier (1986) mencionan
tres núcleos:
a) la intelectualización y el ascetismo,
b) la escisión y los mecanismos asociados, y
c) el paso al acto.
a) La intelectualización explica la adhesión
inmediata, y en cierta medida irreflexiva, que muchos adolescentes prestan a ciertas teorías
tanto filosóficas como políticas, eludiendo en tanto el compromiso con lo inmediato.
Según Laplanche y Pontalis (1983) se trata de un "proceso en virtud del cual el sujeto
intenta dar una formulación discursiva a sus conflictos y a sus emociones, con el fin de
controlarlos".
Anna Freud estableció un vínculo entre la intelectualización y el
ascetismo . La primera permitiría sortear los conflictos generados en
la interacción con el entorno social básico, mientras el segundo defendería al
joven de los conflictos suscitados desde el área corporal, especialmente los debidos a la
masturbación.
b) En la adolescencia reaparecen mecanismos arcaicos que fueran dejados de lado durante
la etapa edípica. Para Marcelli y Braconnier (1986) "el uso de la escisión
tiene el fin de proteger al adolescente de su conflicto de ambivalencia centrado sobre la
dependencia de las imágenes parentales". Son ejemplos del funcionamiento de este
mecanismo los bruscos cambios de ideales y las conductas contradictorias que, por supuesto, el sujeto no
vive como tales. Los autores recién citados ubican, junto a la escisión, otros mecanismos
arcaicos como la identificación proyectiva -a la que también le
caben los ejemplos mencionados-, la idealización primitiva
-elección de objetos irreales e inaccesibles, ideal del Yo megalómano-, y la
proyección persecutoria -paranoide -.
Recurrimos otra vez a Laplanche y Pontalis (1983) para la definición de estos
mecanismos. En primer lugar escisión es un "término utilizado por
Freud para designar un fenómeno muy particular cuya intervención observó
especialmente en el fetichismo y en las psicosis: la coexistencia dentro del Yo de
dos actitudes psíquicas respecto de la realidad exterior en cuanto ésta contraría
una exigencia pulsional: una de ellas tiene en cuenta la realidad, la otra reniega la realidad en
juego y la substituye por una producción del deseo. Estas dos actitudes coexisten sin influirse
recíprocamente" .
En la misma obra se define a la identificación proyectiva como
el término acuñado por Melanie Klein "para designar un mecanismo que se traduce por
fantasías en las que el sujeto introduce su propia persona en su totalidad o en parte, en el
interior del objeto para dañarlo, poseerlo y controlarlo" . Volviendo ahora al texto de
Marcelli y Braconnier (ibid) descubrimos que la idealización también ha
sido tomada en un sentido kleiniano, como una "defensa contra las pulsiones destructoras" ,
"paralela a una escisión, llevada al extremo, entre un objeto bueno, idealizado y dotado de
todas las cualidades, y un objeto malo, cuyos rasgos perseguidores se llevan igualmente al paroxismo".
c) De cualquier manera el mecanismo más conspicuo de la etapa es el ya mencionado
paso al acto que es el que predomina en forma indudable cuando se estudia el
campo conductual del adolescente.
La existencia comprobada de tales mecanismos arcaicos plantea el problema evolutivo de
cuándo pierden su vigencia para dejar su lugar a otros, más acordes con la vida adulta.
Aunque resulte perogrullesco diremos que tal cosa sucede recién cuando el proceso de
maduración permite la superación de la conflictiva adolescente con medios más
realistas, entre los que se destaca la acción de los grupos de pares. Según Meltzer,
citado por Marcelli y Braconnier (ibid) "los procesos sociales puestos en marcha favorecen, a
través de la realización en el mundo real, la disminución gradual de la
escisión, el declive de la omnipotencia y la disminución de la angustia de
persecución".
* Conclusión *
Evidentemente este apartado ha resultado muy poco sistemático por lo que el
lector se estará preguntando tanto sobre la razón de ello, como sobre la naturaleza misma
de la vida afectiva del adolescente, tan diferente de la que corresponde a otras edades. Tal vez la
respuesta a ambos interrogantes sea única. La dificultad para sistematizar nuestra
descripción se debe a que estuvimos refiriéndonos a la confusión emocional derivada
de la inestabilidad, que como se recordará hemos considerado definitoria de la adolescencia. Lo
que convendría aclarar aquí es que tal afirmación no implica abrir juicio sobre si
la vida afectiva del adolescente es de mayor o de menor intensidad que la correspondiente a otras
etapas. Las diferencias no son cuantitativas: responden a distintas causas, entre las que la más
específica está constituida por los duelos de los que ya hablamos.
* LA SEXUALIDAD *
Sullivan (1948) caracterizaba la adolescencia como una etapa signada por lo sexual, dado
que su comienzo depende de la inauguración del placer genital, más allá que su
logro esté sometido a las limitaciones que impone la inmadurez. Limitaciones que por otra parte
dificultan el grado y calidad de la intimidad que este autor exige para que se pueda hablar con
propiedad de amor, y sin la cual "los actos sexuales son una masturbación instrumental".
Relativamente cerca de este punto de vista, Hollingworth (1955) delimita
cronológicamente la adolescencia, ubicándola entre la pubertad -en tanto emergencia de los
"primeros signos de capacidad reproductiva"- y el cese del crecimiento físico.
Las principales novedades aportadas por la adolescencia en el campo de la sexualidad,
son: el reconocimiento consciente del deseo de copular, y el logro de la capacidad orgasmática.
Por lo tanto no es de extrañar que uno de los intereses más desarrollados e impetuosos sea
el dirigido hacia el otro sexo.
De cualquier manera coincidiremos con Blos (1981) en el sentido de que una "conducta
sexual genital es un indicador muy poco confiable para evaluar la madurez psicosexual" porque, y
como también ha dicho el mismo autor, no ha de confundirse entre actividad genital y
"genitalidad como etapa del desarrollo".
Si bien es posible considerar que la pubertad implica una verdadera explosión
libidinal, se comprueba paralelamente una verdadera fragilización yoica. El desarrollo saludable
del Yo depende -como lo afima Anna Freud- no tanto de la intensidad de aquella explosión, sino
más bien de la tolerancia a las presiones correspondientes. De allí la importancia que
reviste el estudio de los mecanismos de defensa, como quedó señalado en el apartado
anterior.
Las niñas se adelantan a los varones en uno o dos años en cuanto a las
manifestaciones de la crisis puberal, y ello contribuye a una cierta ruptura de los grupos etarios, como
también a la confusión en cuanto al manejo socialmente operativo de la sexualidad.
Consecuentemente a estas particularidades del proceso de desarrollo se comprueba que las niñas
juegan el papel dominante durante este breve período.
La sexualidad genitalizada es diferente en el varón y en la mujer. El muchacho
percibe claramente el deseo sexual localizado en los genitales. El mismo es imperioso y busca
urgentemente desembocar en el orgasmo. En cambio las jóvenes presentan una variada gama de
vivencias y conductas. Si bien algunas niñas exhiben características bastante similares a
las de los varones, y ello parece estar dándose hoy con mayor frecuencia que en el pasado
inmediato, no alcanza para considerar que constituyan la regla. Como lo expresan Stone y Church (1959),
en la mayoría de las muchachas es preferible hablar de excitaciones sexuales y no tanto de
deseos. Para dichos autores tales excitaciones "a diferencia del deseo masculino, son difusas y no
tan claramente diferenciadas de otros sentimientos: anhelos románticos, instintos maternales,
entusiasmo, compasión, malestar, placeres sensuales tales como la sensación producida
por el frotamiento de la espalda", etc.
Entre otras múltiples diferencias entre varones y mujeres en cuanto a su
sexualidad, se destacan dos muy características: 1) la niña se excita casi exclusivamente
por la estimulación directa de sus zonas erógenas, y no tanto por fantasías o por
la contemplación de espectáculos eróticos, y 2) la muchacha busca más la
prolongación de la situación de excitación, que el orgasmo. En el varón
sucede exactamente lo opuesto.
En el momento de encontrar una explicación a estas diferencias se ha recurrido a
una extensa serie de mecanismos psicofísicos, que van desde la indudable mayor represión
cultural de la sexualidad femenina, hasta la acción hormonal: es sabido que la inyección
de estrógenos disminuye la libido tanto en varones como en mujeres, mientras la
administración de andrógenos produce el efecto contrario en ambos sexos.
Según Hollingworth (1955) el tabú sexual que regía para los
adolescentes en la época en que se publicó su obra, se debía a problemas
económicos. Para él, en la medida en que una sociedad compleja no le da lugar al joven
para autoabastecerse, y, por lo tanto para contraer matrimonio, se va configurando el tabú como
método elusivo de aquello que se considera inalcanzable. Esta interpretación de los
hechos, con ser adecuada para mediados del siglo XX, no completa nuestra comprensión del
fenómeno, pues no es suficiente para entender los temores y vergüenza de los varones ante la
posibilidad de que se
descubran sus erecciones, sus poluciones nocturnas, o su presunta ineficiencia en el
área de la conducta erótica heterosexual. Pero por sobre todo no nos brinda ninguna
explicación satisfactoria del miedo al sexo complementario, ésto sí compartido con
las jovencitas, más allá que ellos y ellas lo reconozcan o no.
Por supuesto que todas estas características están sufriendo un proceso de
profundos cambios culturales. Ante todo los adolescentes se han lanzado a reclamar lo que consideran sus
derechos sexuales, lo que puede ser entendido como una demostración de que son bastante menos
temerosos que los de generaciones anteriores. Claro está que el miedo no ha desaparecido
totalmente: tengamos en cuenta que el cambio antedicho se da en el mundo psíquico, coincidiendo
con una baja autoestima y con un más o menos consciente recrudecimiento edípico. Por otra
parte, y este factor es de singular importancia, ha aparecido, para algunos jóvenes, el fantasma
del SIDA. Más adelante volveremos sobre el tema de tales temores e inhibiciones. Mientras tanto
evoquemos críticamente la óptica de Kinsey, quien para ejemplificar los cambios sufridos
por la sexualidad adolescente en la primera mitad del siglo, sostenía que casi el 85 % de los
jóvenes ha sido transgresor en materia sexual en algún momento de la etapa. Desde ya que
semejante afirmación nos induce ante todo, a poner en duda el valor de la investigación,
pues resulta bastante raro que cuando transitamos territorio científico y no moral, se califique
de transgresor a un comportamiento exhibido por la mayoría de la población observada.
Más allá de las objeciones que nos merezcan las afirmaciones de Kinsey, es
indudable que en la historia más reciente se han producido muchos y muy profundos cambios.
Hollingworth (ibid), apoyándose en encuestas de su época, afirmaba que el principal
atractivo heterosexual en la adolescencia era el rostro, aunque reconocía la existencia de otros,
como las manos, los pies, los dientes, los labios o los tobillos. También comprobaba que en
ciertos jóvenes la manera de vestir ejercía más atractivo que el cuerpo. Por otra
parte tales preferencias se referían siempre a sujetos de la misma edad y, en su inmensa
mayoría, del otro sexo. Si bien lejos de la frecuencia de los ya anotados, ocupaban un lugar
importante otros datos como la inteligencia, la personalidad, la honestidad, la simpatía, las
buenas maneras y la ambición. Pero como quedó dicho, y por otra parte ya reconocía
el mismo Hollingworth, los cambios en esta área son muy frecuentes e importantes: "los
estilos de belleza nacen y desaparecen" (ibid), y por cierto, las modas en cuanto al vestido lo
hacen paralelamente, y en general con mayor rapidez aún. A esta altura me parece oportuno aclarar
que en nuestro medio (y por lo menos en los muchachos), hace cincuenta años, el atractivo se
centraba en los caracteres sexuales secundarios, y, en menor medida en otros rasgos físicos.
Claro está que esta afirmación se basa en la experiencia de los grupos sociales en los que
participara personalmente, y no en una encuesta numerosa. De cualquier manera y en favor de mi
suposición de que los datos de Hollingworth son poco aplicables a nuestro medio, cabe recordar
que el éxito de Marilyn Monroe o Gina Lollobrigida, entre los adolescentes de entonces, no parece
haberse apoyado ni en la dentadura, las manos o la inteligencia.
Si el psiquismo del adolescente presenta una gran diversificación como para que
su descripción sea muy difícil, la variabilidad individual en cuanto a la intensidad de
los impulsos sexuales es verdaderamente extrema. Lo único generalizable es que la
dispersión de los hechos observables responde siempre al balance entre lo novedoso y lo
prohibido.
La inseguridad e inhibición frente al sexo "opuesto" y el evidente narcisismo -ya
expuestos algo antes- son las principales causas de la frecuencia de la masturbación, así
como de la emergencia de deseos homosexuales más o menos conscientes, responsables en algunos
casos de experiencias homoeróticas, y, en general, de diversos complejos de deseo-culpa y de
placer-frustración. Las experiencias homoeróticas aquí mencionadas no son
explícitas habitualmente, y pueden reducirse a frecuentes conversaciones sobre sexo supuestamente
desviado, cariños desmedidos y excluyentes -sobre todo en las jóvenes- y bromas, toqueteos
y aparentes agresiones- especialmente en los muchachos.
Stone y Church (1959) informan que luego de la primera eyaculación -que,
según vimos, Kinsey ubicaba algo antes de los catorce años- "el 99% de los varones
encuentra una descarga sexual regular. Durante la adolescencia el 92% de los varones practican la
masturbación, mientras que a la edad de veinte años, sólo alrededor del 40% de
las niñas se ha masturbado".
La actividad masturbatoria, que hasta no hace demasiado tiempo era causa de intensos
sentimientos de vergüenza y de culpa, hoy es vivida, por un número cada vez mayor de
adolescentes, como una conducta normal que, sin embargo, sigue manteniéndose en secreto, o es
usada para descalificar a los pares que supuestamente la practican. Vale decir que la supuesta
naturalidad con la que se enfrenta el tema no es tan auténtica como parece a primera vista. Para
que el blanqueo de esta conducta sexual no haya llegado a ser completa deben haber jugado un papel
importante las fantasías inconscientes, tanto edípicas como preedípicas, que
acompañan a dicha experiencia sexual.
Recientemente se realizó en nuestro medio una encuesta que incluyó a 602
adolescentes del Gran Buenos Aires (Centro de Estudios de la Opinión Pública, 1991). Dicho
trabajo, en lo que se refiere a la Sexualidad, arrojó los siguientes resultados: del total de
jóvenes encuestados
a) el 43,3 % se había iniciado sexualmente; dicho grupo estaba integrado por una
mayoría de varones que ya trabajaba, y que contaba con 17 a 18 años de edad;
b) del total de ese grupo de iniciados
el 29,8 % juzgaba aquel comienzo como muy placentero,
el 45,7 % como placentero, y sólo
el 5,8 % como displacentero;
(en estas respuestas no habían diferencias significativas entre varones y
mujeres);
c) el 57,5 % se había iniciado sexualmente con su pareja,
el 24,1 % en una relación circunstancial, y
el l7,6 % con una prostituta;
(en la primera cifra predominaron las mujeres, mientras las otras dos correspondieron
exclusivamente a varones);
d) luego de la iniciación
el 26,5 % continuó con una actividad sexual permanente,
el 45,8 % en forma esporádica, y
el 26,9 % no volvió a mantener relaciones sexuales.
Los investigadores señalan, además, que el entrecruzamiento de las cifras
reveló que para aquellos que se iniciaron con su pareja, la experiencia fue muy placentera en un
82,4 % de los casos, en cambio, tanto aquellos que lo hicieron en una relación circunstancial,
como con una prostituta, lo encontraron poco placentero en un 35,3 % de los casos.
Muy próximo al tema que venimos estudiando a través de la encuesta del
CEOP, se halla el de las posibilidades del joven de acceder a la constitución de una pareja
estable. Es llamativo que el 64 % de los encuestados dijo no tener experiencia al respecto en ese
momento, si bien el 72,9 % afirmó haberla tenido en algún otro. Coincidentemente el 54,6 %
juzga efímera la duración de sus relaciones de pareja, dato que parece confirmarse al ser
interrogados más detalladamente en cuanto al tiempo de duración de dichas relaciones:
CUADRO II
DURACIÓN DE LA PAREJA
Menos de 3 meses 56,9 %
Entre 3 y 6 meses 20,1 %
Entre 6 y 12 meses 14,8 %
Entre 12 meses y 2 años 6,4 %
Más de 2 años 1,8%
En otro sentido, y como ya lo dijéramos, en el curso de los últimos
cincuenta años la sexualidad ha pasado a formar parte del grupo de los más notorios
reclamos de derechos de los adolescentes, y éste es precisamente el derecho que ellos consideran
más indiscutible. Aclaremos que tal exigencia de los jóvenes en muchos casos no resulta
del todo creíble, ya que con bastante frecuencia esos reclamos no pasan de constituir un discurso
que no se acompaña de la acción correspondiente. Lo que resultará mucho más
comprensible si tomamos en cuenta los temores profundos que los muchos años de educación
restrictiva terminaron por imprimir en los niños. Sin embargo, las nuevas actitudes de los
adultos, formalmente mucho más permisivas, dejan sin fundamento racional a tales temores, y por
lo tanto no resulta claro cuál es la razón por la que el adolescente siente que estos
sentimientos y conductas deben ser ocultados tanto frente a sí mismo como frente a los
demás. Todavía queda por investigar la incidencia que en el sostén del miedo juega
la existencia del SIDA, que con su sola presencia, parece capaz de inducir cambios en las conductas
sexuales de la juventud y en el juicio correspondiente. La encuesta que nos está sirviendo de
esqueleto para nuestra reflexión mostró que el miedo a dicha enfermedad afecta al 56,1% de
los jóvenes entrevistados, superando en casi dos puntos a otros temores frecuentes (asaltos,
patotas, policía, etc.). Reiteremos que según la misma encuesta el 56,4% no ha tenido
ningún contacto sexual con otras personas luego de su iniciación. A partir de la cual,
según vimos, un porcentaje importante -el 20,0% de los que lo hicieron con su pareja y el 53,3%
de los que lo hicieron con una prostituta- declaró que la experiencia había sido
displacentera. De ese mismo grupo, el 45,8% siguió manteniendo relaciones sexuales
esporádicamente, y el 26,9% nunca. Tales datos permiten inferir que la sexualidad adolescente
continúa siendo poco satisfactoria, y que, además, resulta mucho menos ejercida de lo que
hacen creer los dichos en público de los jóvenes. No cabe duda alguna con respecto a la
notable frustración íntima que semejante situación provoca en los adolescentes, y
por lo tanto resultan muy comprensibles tanto la sobrecompensación verbal, como el hecho de que
la sexualidad termine refugiándose en el área cognitiva, cosa que ya sucediera en la etapa
anterior. La sexualidad refugiada en el área cognitiva se manifiesta como curiosidad, si bien la
misma no se va a expresar frente a los adultos con la misma libertad que caracterizara a la infancia, ya
que la frustración y la ignorancia producen vergüenza en el joven, quien por lo tanto se ve
forzado a ocultarlas. Es por eso tal vez que e1 sexo ocupa el primer lugar cuando se investigan los
temas de conversación entre pares.
Uno de los aspectos del tema sexual que más preocupa a los varones de esta edad
es el de las vivencias femeninas en dicho campo. La mujer sigue siendo para muchos de ellos un verdadero
misterio. La ignorancia se suple parcialmente con la proyección de las características
propias. Un ejemplo de lo dicho es que cuando el muchacho percibe la distancia que las chicas ponen en
su relación con él, la interpreta como una hostilidad dirigida personalmente hacia
él o hacia la sexualidad en general, cuando en realidad lo más probable es que se trate
sólo de una defensa de quienes han descubierto las profundas diferencias de criterio para la
organización del proyecto de vida sexual. No será necesario detenernos demasiado en
aclarar que semejante interpretación "paranoide" puede llegar a ser ratificada por el muchacho
cuando comprueba la existencia de jovencitas realmente portadoras de una tal hostilidad.
Por último será conveniente dedicar un breve párrafo a uno de los
temas preocupante de nuestros días: el alarmante aumento del embarazo adolescente. Hecho que
llama la atención porque coincide con numerosos avances técnicos en cuanto a
métodos anticonceptivos, así como con la difusión popular de los mismos. Para
intentar una explicación de este hecho recurriremos nuevamente a la encuesta del CEOP. En ella
aparece un alarmante 23,1% de jóvenes que mantiene cierta actividad sexual y no toma ninguna
precaución al respecto. Lo cual puede ser interpretado de diversas maneras, aunque resulta
tentador suponer dos fuentes principales para tal conducta de riesgo: la omnipotencia
característica de la edad ("a mí no me puede pasar"), y algunas
problemáticas familiares que enseguida enunciaremos. Hay autores que han creído ver en
tales actitudes arriesgadas una conducta de raigambre depresiva, sin embargo, el hecho de que muchas
jóvenes rechacen por igual tanto la realización de un aborto como de un matrimonio
prematuro, obliga a revisar dicha teoría, o por lo menos induce a conjugarla con otras posibles
interpretaciones. A tal fin conviene comenzar por preguntarnos el para qué de semejante
comportamiento. Teniendo en cuenta que el para qué de las conductas es tan importante para su
interpretación como el por qué de las mismas, y a fin de acercarnos a alguna
explicación coherente de esta situación particular, nos plantearemos: ¿Cuál
es la evolución posterior de estos casos?. En general la adolescente que se ve en esta
situación se ocupa bastante poco tiempo al cuidado de su bebé, y pronto vuelve a sus
actividades anteriores, tanto escolares como sociales. El niño queda entonces a cargo de su
abuela. Cabe sospechar entonces que el embarazo fue, entre otras cosas, una manera que tuvo la joven de
obligar a su mamá a aceptar la sexualidad juvenil, y a reasumir forzadamente un rol materno ya
dejado de lado. Por cierto que todo ello resulta expresión del costo de viejos conflictos
interaccionales no resueltos.
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