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* Los intereses del adolescente *
Este tema ya será expuesto de manera más completa en el apartado sobre
Desarrollo Cognitivo, pero aquí lo adelantamos para considerar su incidencia en el proceso de
socialización que nos ocupa.
Los intereses y, en la misma medida, las actividades consecuentes, han ido cambiando a
lo largo de las últimas décadas. Hollingworth (1955) incluía entre ellos:
"1º: verse libre de la vigilancia familiar; 2º: contacto y conocimiento de individuos
del sexo opuesto; 3º: capacidad de ganarse la vida; y 4º: una visión del mundo que
unifique y le de sentido". Todo lo cual podría sintetizarse, según la misma autora,
en la idea de "hallar el yo".
El cambio de los intereses que se comprueba a través de las diversas
generaciones queda patentizado en las profundas modificaciones sufridas por el lenguaje. Al respecto
Marcelli y Braconnier (1986) transcriben un muy interesante texto de la UNESCO ("La jeunese
dans les annes 80"), que me parece especialmente significativo para el desarrollo de
nuestro tema : "ni la actitud ni el vocabulario creados en los años sesenta parecen
convenir a las realidades que se anuncian y que la juventud deberá afrontar en el curso del
próximo decenio. Las palabras clave del informe de la UNESCO eran: confrontación,
contestación, marginación, contrapoder, cultura de los jóvenes...A los
jóvenes se les tomaba entonces como un grupo histórico distinto e
identificable...Esta generación ha estado separada de sus mayores por un enorme abismo.
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Las palabras clave de la vida de los jóvenes en el curso de la próxima
década serán: penuria, paro, sobrecualificación, inadecuación entre el
empleo y la formación recibida, ansiedad, actitud defensiva, pragmatismo; y se podría
añadir a esta lista subsistencia y sobrevivencia...Si los años sesenta han movilizado a
ciertas categorías de jóvenes en ciertas partes del mundo alrededor de una cierta crisis
de cultura, de ideas, de instituciones, los años ochenta impondrán a la nueva
generación una crisis material y estructural de incertidumbre económica crónica,
incluso de privación ". Ratificando este sombrío punto de vista Marcelli y
Braconnier (ibid) citan una encuesta de Burgière que mostró que más de la mitad de
los jóvenes de quince a veinte años esperaban caer en las garras de la desocupación
en algún momento de los próximos diez años. Y la encuesta que ya mencionamos en
repetidas oportunidades a lo largo del presente ensayo, y realizada en nuestro medio por el CEOP,
muestra idéntico perfil de intereses dirigidos a la autodefensa y a la sobrevivencia: SIDA,
drogas, alcohol, problemas íntimos.
Si bien sin la fuerza que presentó en el decenio 1965/1975, los jóvenes
siempre han mostrado una marcada tendencia a preocuparse por los pobres. Tendencia que seguramente
responde a la mayor sensibilidad de quienes aun no han sido totalmente contaminados por el
egoísmo de la sociedad hipercompetitiva y consumista, tendencia que además parece estar
facilitada sobre todo en los adolescentes de clase media y alta por la proyección de la
desilusión experimentada en la vida propia, como afirma Blos (1981).
En otra perspectiva completamente diferente, un campo privilegiado para el estudio de
los intereses de los adolescentes es el de sus juegos. Para una adecuada comprensión de la
Psicología de esta edad debe investigarse qué es lo que hacen los jóvenes, y con
mayor énfasis todavía, qué es lo que con mayor frecuencia desean hacer. Como
quedó dicho, estos intereses y actividades han cambiado muchísimo en el transcurso del
siglo XX, y siguen cambiando a singular velocidad. Tales hechos pueden crear inconvenientes en su
estudio, sobre todo cuando a ellos se agregan otros, derivados de las diferencias notables en los
resultados del estudio cuando se tienen en cuenta el nivel cultural, la ubicación
geográfica, la época del año en que se lleva a cabo la observación, las
creencias religiosas de los jóvenes, la pertenencia o no a grupos sociales y políticos, la
mayor oportunidad para la práctica deportiva, etc.
Hasta la década del treinta el interés por la lectura era mucho mayor de
lo que resultó luego. La lectura compartía su posición de privilegio sólo
con la radio. En ese momento histórico los preferidos eran ciertos cuentos y novelas rosas y los
libros de aventuras, representados especialmente por los de Julio Verne y Emilio Salgari. Les
seguían, relativamente cerca, las lecturas humorísticas. En las dos décadas
subsiguientes continuó este predominio, pero se agregaron, en ciertos niveles sociales, la
literatura fantástica y la poesía. Durante aquellos años los adolescentes eran
asiduos lectores de diarios y revistas, preferentemente las de historietas.
H. M. Bell estudió la ocupación del tiempo libre en "Fouth Tell Their
Story" (1938), con estos resultados:
CUADRO V
Ocupación del tiempo libre
Varones Niñas
Actividad % Rango % Rango
Deportes individuales 21,6 1 11,1 5
Lectura 16,7 2 35,0 1
Juegos en equipos 15,7 3 1,1 8
Haraganería 13,1 4 5,4 6
Citas y bailes 10,9 5 13,7 2
Cine 9,4 6 12,0 4
Hobbies 5,5 7 13,4 (*) 3 (*)
Radio 1,8 8 2,2 7
(*) Incluye artes manuales
A pesar de lo que muestran algunas estadísticas de los E.E.U. de
Norteamérica, en los años cuarenta el cine ocupó un lugar destacado entre las
actividades de los adolescentes: Fleege (1945), entrevistando a dos mil jóvenes comprobó
que el 75% concurría al cine una vez o más por semana, si
bien la diversión que ocupaba mayor número de horas por día
seguía siendo la radio.
Hoy, en nuestro medio, la lectura de diarios alcanza al 54,6%, y la de revistas al
15,5%, según la encuesta del CEOP, que por otra parte nos hace saber que los jóvenes
reciben la información a través de la televisión en un 80,3% y de la radio en un
46,7%. No solamente en dicho aspecto este valioso estudio ha revelado los cambios sufridos por la
adolescencia en cuanto a los intereses mostrados en el uso de su tiempo libre:
CUADRO VI
ACTIVIDADES DESARROLLADAS EN EL TIEMPO LIBRE
--------------------------------------------------------------------------------------------
Actividad Habitual Menor frecuencia Casi nunca
---------------------------------------------------------------------------------------------
Escuchar música 94,8 92,5 5,9 0,3
Escuchar radio FM 92,3 87,6 9,7 1,8
Mirar TV 91,7 72,0 19,1 7,7
Ir a bailar 77,4 47,6 35,5 13,1
Ir a plazas con amigos 76,2 49,4 38,5 8,7
Leer 72,5 39,4 37,6 19,5
Practicar deportes 67,7 56,3 28,4 9,5
Ir a tomar algo 67,2 46,3 37,6 10,8
Ir al cine 53,9 15,1 45,8 31,6
Ir a recitales 45,1 21,5 37,4 32,4
Ir a videojuegos 44,8 31,9 33,1 21,2
Ir al teatro 23,6 5,1 26,5 43,4
Escuchar radio AM 21,3 37,8 22,3 8,0
* El adolescente y el mundo *
Los adolescentes son frecuentemente cuestionados por los otros grupos etarios, y esto
sucede en una época en la que el tema de los derechos sectoriales ha llegado a ser cotidiano y ha
provocado en los jóvenes una progresiva homogeneización reactiva, que hasta por momentos
parece haber borrado algunas de las diferencias culturales existentes en cuanto a intereses, lenguaje,
costumbres, etc.
Además de sentirse discriminados por los cuestionamientos recién
señalados, los jóvenes los atribuyen a diversas actitudes de los adultos. En la encuesta
del CEOP más del 95% creía ser tratado injustamente, pero las respuestas obtenidas no
confirman lo sostenido en la bibliografía extranjera a la que aludiéramos
implícitamente en el párrafo anterior.
CUADROVII
LOS JOVENES SE SIENTEN DISCRIMINADOS
Por su aspecto o apariencia 78,6%
Por su vestimenta 69,2%
Por la clase socia1 67,1%
Por el color de la piel 62,0%
Por ser jóvenes 37,5%
Otros 5,2%
Ningún tipo de discriminación 4,2%
No sabe/no contesta 0,5%
El análisis que venimos realizando nos obliga a volver sobre la cuestión
de los enfrentamientos generacionales, enfrentamientos que, en nuestro país, tuvieron expresiones
literarias como "La Guerra del Cerdo" de Bioy Casares, y que entre las
décadas de los cincuenta y los sesenta, en los E.E.U.U. de Norteamérica, alcanzó un
clímax que provocó temores de una intensidad que resulta desmedida si se los analiza desde
nuestra perspectiva histórica. Peter Blos (1981) ha descripto con precisión aquel
ambiente: entonces "se produjo, dentro de un sector norteamericano predominantemente
constituido por personas blancas de clase media, un desquicio endémico de los procesos
normativos de desarrollo adolescente. Me impresionó en esos días la línea
divisoria que estaba trazando la juventud entre ella y sus mayores -los de más de treinta-,
exigiendo que la generación de los adultos, la de los padres, se hiciera a un lado y admitiera
su futilidad en el nuevo mundo bravío".
El tiempo transcurrido desde entonces, pero sobre todo la trágica
experiencia del genocidio juvenil consumado a través de guerras, pseudoguerras y drogas -todas
ellas obras de adultos-, nos debe hacer sospechar que aquellas manifestaciones hostiles de los
adolescentes no fueron sino modos inarticulados e irracionales de defensa contra la agresividad
destructiva (o maligna según la nomenclatura de Fromm) de la sociedad euroamericana. En
última instancia, aquella noción propia de los adultos sobre la existencia de posibles
graves peligros derivados del enfrentamiento generaciona1, nacía de los temores y frustraciones
de esos mismos mayores. Temores que luego se proyectaron sobre la imagen de la juventud. Por otra parte
esos adultos eran miembros de una generación que quince o veinte años antes había
incubado unos locos deseos de libertad absoluta y que al llegar a la madurez también los
proyectaron en los adolescentes, con lo que se incrementó el miedo a éstos. Tal miedo no
era otro sentimiento que el derivado de la frustración y la culpa por aquel pasado libertario.
Pero ello no es todo: ese imposible ideal de libertad de la generación que declinaba,
convirtió toda forma de dependencia en algo malo en sí, y por lo tanto aquellos mismos que
temblaban frente a sus propios fantasmas -ahora encarnados en los jóvenes-, condenaban a sus
hijos por una independencia que en realidad no era sino una condición natural, un medio para el
crecimiento y para la diferenciación personal.
Este conjunto de circunstancias es sospechosamente coetáneo con la
expansión de la distribución de drogas entre los jóvenes, la guerra de Vietnam, y
genocidios como los de Argentina y Chile. No puedo olvidar la frase cínicamente
humorística de un psiquiatra de adolescentes de Nueva York, quien en una de las charlas
informales del Encuentro Panamericano de la especialidad (Buenos Aires, 1972) dijo: "nosotros
hemos resuelto el problema de la juventud rebelde, a una mitad la drogamos, y a la otra, para la que
esta medida no alcanza, la drogamos pero en Vietnam".
Gracias a Dios aquella etapa parece cerrada por el momento, pero las reacciones
melodramáticas de los adultos frente a la rebeldía juvenil no han desaparecido, sino que
están subyacentes en diversas actitudes sociales de nuestros días. Para aventar
definitivamente los temores que pudieran asimilarse a la manera de ver de Hesíodo pueden resultar
útiles las agudas palabras de Blos (1981): "La creación de un conflicto entre las
generaciones y su posterior resolución es la tarea normativa de la adolescencia. Su importancia
para la continuidad cultural es evidente. Sin este conflicto, no habría reestructuración
psíquica adolescente".
* EL ADOLESCENTE Y SU FAMILIA *
Dentro del mismo campo de investigación referido al proceso de
socialización, tal como lo venimos presentando, cabría perfectamente el estudio de los
vínculos del adolescente con su grupo familiar. Pero el mismo ocupa un lugar suficientemente
destacado como para que se justifique tratarlo en un apartado específico.
Por un lado la progresiva prolongación del período de dependencia, y por
otro la existencia de enfrentamientos con los demás, cualquiera sea el condicionante de los
mismos, constituyen los fundamentos de la importancia psicológico-evolutiva que le atribuimos a
una relación que, muy probablemente, está sufriendo importantes cambios históricos
en la cultura en la que vivimos.
La autonomía - El adolescente y su familia
El joven, a medida que crece, va ganando progresivas porciones de independencia con
respecto a su familia, pero tal autonomía nunca llega a ser completa como lo harían
presumir algunas de sus actitudes externas. Estas actitudes son las que habitualmente englobamos
conceptualmente en el vocablo rebeldía. Pero será bueno aclarar que el adolescente es
mucho más rebelde en apariencia que en la realidad de sus sentimientos más profundos. Ello
se debe, ante todo, a una de las características definitorias de la etapa: el adolescente que
reclama -a veces con violencia- su libertad, es el mismo que no puede eludir su dependencia real, a la
que se ve irremediablemente sometido por una cultura progresivamente compleja y de exigencias
crecientes.
Por su parte la familia contribuye a esta situación ambigua, Horrocks (1957) ha
expresado adecuadamente que "la familia del adolescente es, al mismo tiempo, fuente de
seguridad y de dificultad". La seguridad obtenida por el joven de su grupo familiar tiene el
contrapeso del freno que necesariamente implica para el desarrollo independiente, por su propia
estructura y por las vicisitudes emocionales que plantea.
El hecho, coextensivo con la señalada ambigüedad, es el de una cultura que
por un lado idealiza la obediencia y el respeto a los mayores y a las instituciones por ellos creadas,
pero a la vez se muestra hipercrítica con respecto a las resultados obtenidos, y valoriza la
independencia. El resultado no puede dejar de ser muy confuso, y conduce con cierta frecuencia a
situaciones desagradables.
A mediados del siglo XX, en los E.E.U.U. de Norteamérica, y especialmente en las
ciudades de menor población, los rasgos familiares más señalados eran "la
confianza, el afecto y el compañerismo" , pero también, y en proporciones
próximas a las de éstos, "la discordia" (Horrocks, 1957). En esa misma
época se suponía que los hogares sin conflictos graves coincidían con adolescentes
que contaban con sus padres y que permanecían fieles a los mandatos de éstos, mientras que
de los jóvenes de hogares con severas desavenencias, demasiada rigidez o excesiva permisividad,
se esperaba que presentaran características diametralmente opuestas.
Hoy entendemos las cosas de otra manera: el lugar de inserción del adolescente en
su grupo familiar es aquel espacio conflictivo en el que se da el interjuego entre lo sociocultural y lo
intrapsíquico. Por otra parte la zona de conflicto adolescente-familia está condicionada
por diversos factores, entre los cuales resulta importante destacar la necesidad del joven de rechazar
las figuras parentales, por imperio de la inevitable caducidad de los viejos modelos de
identificación, y como defensa ante la reactivación de la situación edípica.
En su caída, las figuras parentales arrastran a otros miembros de su misma generación o de
las más próximas: tíos, hermanos y primos mayores, docentes, ministros religiosos,
etc. Tal vez la imagen menos afectada por este rechazo generalizado sea la de los abuelos, sobre todo si
no conviven con el adolescente, y siempre que no tengan conductas intrusivas en la vida de aquel. Por
otra parte, si el adolescente conservara intactas las imágenes idealizadas de los padres, tal
como habían sido deificadas en la infancia, se vería imposibilitado de crecer. Por lo
tanto los ídolos necesariamente deben ser derribados.
Desde la óptica parental semejante situación será necesariamente
vivida como realmente agresiva. A la vez los padres se ven compelidos a renunciar a quince años
de hábitos disciplinarios y a una idealización muy satisfactoria para su autoestima. Como
veremos algo más adelante, estos progenitores muy posiblemente están en plena crisis de la
edad media de la vida, durante la cual uno de los rasgos más sobresalientes es precisamente la
desestabilización de la autoestima. Con estos datos no puede llamar la atención que la
situación hogareña quede al borde de alcanzar condiciones explosivas.
Además, el conflicto generacional doméstico se complica con la
fascinación que la juventud ejerce en nuestra época, sobre todo en quienes se sienten
amenazados por un porvenir de envejecimiento considerado no demasiado lejano. La envidia es un fantasma
más o menos inconsciente, agazapado en cada episodio de enfrentamiento entre padres e hijos. Blos
(1981) se ha referido a este aspecto del desarrollo con un brillo no carente de crueldad. Según
este autor "uno puede observar el efecto recíproco del joven alienado y el adulto
desasosegado; el actor ostentoso y el espectador ambivalente".
No sé en qué medida puede aceptarse como una ley la idea de Winnicott en
el sentido de que crecer es, por naturaleza, un acto agresivo, pero me parece indudable que durante la
adolescencia, y más allá de la intencionalidad de los jóvenes, las cosas resultan
realmente así. De todas maneras me parece que es imprescindible evitar el planteo de esta
problemática con mentalidad apocalíptica. Lo más adecuado desde el punto de vista
de la Psiquiatría Preventiva sería hablar de reorganización del vínculo y no
de ruptura, que vale tanto como afirmar que este proceso se constituye en uno de los ejes de desarrollo
de la etapa, y se manifiesta a través de un implacable cuestionamiento de la personalidad de
ambos padres. En cierta medida conviene entender estas vicisitudes de la adolescencia como una defensa
contra la dependencia: lo central del enfrentamiento no es agredir a los progenitores, sino lograr -sin
el costo de la inseguridad- la convicción de que los mismos ya no son imprescindibles ni
absolutos.
En muchos casos la rebeldía del adolescente constituye sólo una forma de
dependencia por la negativa. Rechazar acríticamente todo lo que se nos propone es un signo de
tanta dependencia como el hecho de aceptarlo todo irreflexivamente.
También nos ayudará a la comprensión de los enfrentamientos del
joven con su familia durante esta etapa evolutiva, recordar que en ella, como en cualquier otra edad, se
comprueba una estrecha correlación entre inseguridad y oposicionismo.
Por fin un observador atento y con un adecuado soporte teórico tendrá la
impresión de que en muchas de aquellas manifestaciones de rebeldía se expresan necesidades
del adolescente no visualizables en forma directa. Es imposible dejar de identificar tales necesidades
con los cambios fundamentales que el joven está sufriendo y que hemos visto en apartados
anteriores.
Ante todo la necesidad de rebelarse parece poder definirse como una necesidad de tener
algo contra qué rebelarse. Con esta última forma de interpretar la motivación de la
rebeldía, quedamos a un paso de la remanida necesidad de límites. Hemos visto cómo
esta última depende del crecimiento rápido e incontrolable voluntariamente, y de la
emergencia de novedosas pulsiones a las que el adolescente teme pues no sabe cómo administrarlas.
Ante tal avalancha de hechos psíquicos inmanejables, el joven se defiende tratando de convencerse
de su poder. Buen ejemplo de esas defensas es la curiosa costumbre de abrigarse en verano y andar
desabrigado en invierno, como una manera de demostrarse a sí mismo la capacidad de controlar el
cuerpo. En el campo de la Psicopatología pude observar un ejemplo muy significativo: un
adolescente de catorce años me relató lo que para él era una experiencia habitual
cuando viajaba en cualquier medio de locomoción público. En esas circunstancias ocupaba
uno de los asientos posteriores, y desde allí se concentraba mentalmente para que algún
pasajero, a quien miraba fijamente, se rascara determinada zona de la cabeza. Por cierto que los
fracasos se multiplicaban hasta el cansancio, pero si en alguna ocasión coincidía su
experimento con la conducta deseada en el vecino, la sensación de placer era de la misma
intensidad de un orgasmo. ¿ Qué le sucedía a este joven en esos momentos
excepcionales? Simplemente que se había demostrado a sí mismo que si era capaz de
controlar un cuerpo ajeno a distancia, podía estar seguro de hacerlo con el propio.
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